Que nos queda muchísimo tiempo por delante –si todo va bien- ya lo sabemos. Nuestras vidas son cada vez más largas: exactamente 5 horas más cada día, lo que se traduce en que cada año le robamos unos dos meses y medio a la muerte. Espectacular.
Estamos rozando ya la vida de 100 años, una longevidad que disfrutarán seguro el 50% de nuestros niños. Es el regalo y legado de la evolución humana. Pero a la vez, cuando uno se hace mayor es como si el tiempo se acelerara. Esa sensación de tiempo infinito del que gozamos al ser pequeños se transforma otra sensación muy distinta, que da lugar a expresiones del tipo “el tiempo se pasa volando”. Desconozco porqué sucede. Ha sido y será motivo de reflexión de científicos, pensadores, filósofos… Puede que sencillamente necesitemos más mindfulness en nuestras vidas porque estamos siempre pensando en el siguiente paso del camino sin equilibrarlo con el disfrute del presente. O será la ya obsoleta vida de tres etapas (estudio, trabajo, jubilo), que nos pone ahí un FINAL con mayúsculas. Lo que está claro es que cuando uno crece el tiempo cobra otra dimensión y, como trato de explicar a través del concepto y también libro Silver Surfers, su valor se torna incalculable. Como decía Darwin, “Si alguien pierde su tiempo es que aún desconoce el valor real de la vida”. Cada hora que pasa es una hora que no podremos recuperar jamás, por lo que deberíamos pararnos a pensar qué hacemos con él. Y ya sabemos en qué cosa invertimos (o gastamos) más tiempo: en el trabajo. Asociado a esto: ¿valoro mí tiempo como se merece? ¿Está bien empleado o lo pierdo? El mayor aliado de la pérdida de tiempo es el miedo (pereza es miedo también), pues cuando tenemos miedo dejamos de ser creativos con nuestro proyecto de vida para encontrar fórmulas de cambio que me ayuden a vivir el tiempo que me queda mejor. De ahí que nos aferremos a lo conocido, a lo que ya controlo, a lo que ya me sé, y generemos excusas defensivas a favor del no cambio.
Otra gran cita: “Si el tiempo avanza pero tú no, es el momento para que cambies tu forma de actuar” (Karl Malone). Una manera de romper este círculo paralizante es, aunque parezca contradictorio, tomarse tiempo para ganar tiempo. Tomarse un tiempo para explorarse a uno mismo y reflexionar sobre algo tan importante como es encontrar el sentido a trabajar. A lo que hago. Hoy. Lo que quisiera hacer mañana. El sentido tiene que ver menos con las posesiones materiales que con los valores emocionales. Por supuesto se trata de ganar económicamente lo que consideremos adecuado, pero haciéndolo a través de la conexión de nuestras habilidades e inquietudes personales con las necesidades de los demás; cuando encontramos sentido a lo que hacemos es cuando multiplicamos nuestra competencia, compromiso, el valor que aportamos y por tanto como consecuencia ganaremos más (o bien). Me gusta tanto esta reflexión de Nietzche: “aquel que tiene un porqué para vivir se puede enfrentar a casi todos los cómo”. Así que primero encontremos sentido a lo que queremos hacer (nos motive, nos inspire e incluso nos defina) que luego llegará el cómo llegar a ello. El famoso propósito. Que en verdad lo necesitamos en todo. El porqué y para qué de las cosas.
Como dicen Dave y Wendy Ulrich en su libro “El sentido de trabajar” (LID): “encontramos sentido en muchas de las cosas que nos rodean: hogar, familia, amigos, naturaleza… Pero el trabajo ocupa la mayor parte de nuestro tiempo y energía (y yo añado pensamiento). Por lo tanto buscar el sentido al trabajo ya de por sí nos aporta valor, pero además nos dará un valor de mercado”.
En las empresas los datos son apabullantes: solo el 13% de los empleados no comprometidos recomendarían el producto o servicio de su empresa, frente al 78% de los empleados comprometidos, que conectan su sentido del trabajo con la labor que desempeñan. Cuando nuestras organizaciones representan nuestros valores y personifican nuestras aspiraciones hacen que nos esforcemos al máximo, porque creemos en ello. Por lo tanto, si estamos comprometidos con nuestro producto/servicio, ya sea por cuenta propia o ajena, lo venderemos infinitamente mejor. De nuevo, propósitos conectados. Pero si como trabajador pongo mis horas pero no mi corazón, acabaré quemándome y malgastando ese preciado y por desgracia limitado bien llamado tiempo. Que tenemos mucho, cada vez más, pero que a la vez nos pisa los talones…