El valor de la experiencia
Tradicionalmente, la experiencia ha sido una de las principales bazas de los candidatos a ocupar posiciones directivas. En los procesos, se han valorado siempre las cuatro dimensiones de la experiencia: funcional, de mercado, en la industria y de nivel de responsabilidad. Hoy, esta información sigue siendo muy relevante a la hora de cubrir posiciones directivas. Sin embargo, actualmente es un error poner el énfasis solo o preferentemente en los logros pasados. Nos hallamos en un proceso de transformación digital a todos los niveles. La tecnología acelera muchos procesos, hasta el punto de que las personas tenemos dificultades para cambiar al mismo ritmo que el negocio. El ciclo de transformación del entorno puede llegar a ser más rápido que el ciclo de evolución de los profesionales. En empresas donde la tecnología es más intensiva, la diferencia en los ritmos de cambio puede estar generando que casi de manera deliberada se renuncie a que las personas crezcan al mismo tiempo que el negocio, y este se acabe atendiendo mediante renovación generacional. Es decir, se amortiza con excesiva rapidez el talento de personas que ofrecieron resultados hace años, porque se acortan los tiempos de obsolescencia, y se prescinde del denominado talento senior al que –en teoría– todo el mundo considera valioso. Aparece aquí en toda su crudeza la paradoja de la experiencia: por una parte, merece encendidos elogios; por otra, unas dosis excesivas de experiencia nos hacen aptos para un merecido homenaje, pero no para seguir ejerciendo cargos de responsabilidad.
Cuéntame lo que vas a hacer, no lo que has hecho
En estos momentos, se valora de forma creciente la capacidad de un líder para hacer frente a situaciones imprevistas o a escenarios desfavorables. Hay un amplio consenso en que la calidad de un directivo se comprueba en momentos de crisis. Planificar, asignar tareas, controlar, son tareas que están al alcance de muchos. Esas capacidades son muy útiles en contextos estables, pero resultan insuficientes cuando el entorno se transforma a gran velocidad. Momentos como los que vivimos demandan líderes capaces movilizar a las personas. Son tiempos en los que las habilidades directivas son un elemento decisivo de su eficacia, y no la guinda del pastel. Tras la crisis, hay que transmitir impulso, no solamente instrucciones. Parece que esta nueva forma de evaluar a un candidato tiene sentido, pues el líder es la persona capaz de llevar a una organización a un lugar en el que nunca ha estado.
Impulsar a personas y equipos
Cuando los headhunters buscan a personas capaces de imprimir ese impulso no están pensado solo en directivos hábiles para reducir el grado de ansiedad provocado por la incertidumbre a la que se enfrentan las organizaciones. Es cierto que se valora mucho la empatía, pero los directivos no son terapeutas: eso sería intrusismo profesional y una confusión acerca de su rol. Su misión consiste en definir y compartir un propósito. El ser humano tiene un fuerte instinto de supervivencia. En situaciones difíciles, generalmente luchamos por salir adelante. Lo que necesitamos es que alguien nos proponga un objetivo por el que valga la pena esforzarse, un plan que resulte ambicioso y realista. Las ganas ya las traemos de casa, solo falta que un buen líder nos indique en qué emplearlas.
¿Qué otras cualidades directivas se valoran de forma especial?
En primer lugar, comunicar y crear equipo. En momentos de mayor distancia social hay que crear mayor proximidad personal. Antes, la cohesión de un equipo se manifestaba a través de la cercanía física. Ahora, es preciso generar una conexión intensa entre personas que trabajan de modo remoto. Muchos directivos actuales han desarrollado su capacidad de influencia en entornos presenciales. Ahora, deben influir sobre las personas en la red.
En segundo lugar, gestionar la incertidumbre. Deben tomar decisiones con una información que cambia de día en día, deben transmitir seguridad cuando los planes saltan por los aires de forma súbita, deben generar vínculos de alto valor añadido cuando las relaciones parecen más efímeras. La incertidumbre no es ya la excepción, se ha convertido en norma. Asumirla e incorporarla al propio estilo directivo es un reto formidable.
En tercer lugar, la innovación. Recuperarse tras una crisis no significa volver a la casilla de salida, sino reinventar el negocio para dar respuesta a nuevas demandas de la sociedad y del mercado.