La multiplicación de libros de autoayuda quizá procede de que no prestamos la debida atención a los sabios. Algunos optan por soluciones enlatadas en vez de saborear los consejos de quienes conocen claves esenciales que facilitan el desarrollo profesional y personal.
Mufasa, progenitor de Simba en «El Rey León», brinda una valiosa. Viene a decirle a su vástago (elucido):
-Lo más importante es que cada uno encuentre su lugar en el ciclo de la vida.
Quien eso logra todo lo tiene. Quien no lo consigue, por muchos bienes que acumule o por afamado que sea no evitará una permanente desazón, aunque en momentos puntuales disfrute de esporádicas satisfacciones.
Si no lo impiden circunstancias ajenas al normal desarrollo económico en libertad, en próximos años volverá a plantearse con fuerza la batalla del talento. Debería hacerse con más sentido común de cómo se ejecutó antes del estallido de la última burbuja.
El talento es, en mi opinión, la capacidad de una persona de responder de forma eficiente y eficaz a los requerimientos específicos que le plantean sus responsabilidades personales y profesionales.
Han de confluir diversos elementos. De forma destacada la preparación (conocimientos, aptitudes y experiencias) y buena voluntad (actitud) del implicado. En paralelo, el directivo –y en esta cuestión transito de parafrasear a Mufasa para hacerlo con Kant- ha de crear las condiciones de posibilidad para la vida honorable de todos los grupos de interés (stakeholders).
Las necesidades del talento son diversas para cada uno. Hay un aspecto, sin embargo, común: la predisposición a facilitar la vida a los demás. De ahí que con frecuencia se destaque el carácter (así lo han hecho desde Confucio a Aristóteles) como característica insoslayable de alguien a quien, con plenitud, se pueda calificar de talentoso. De no ser así, se multiplicarán expresiones del tipo:
-Sabe mucho de ese tema, pero no hay quien le aguante…
No debería olvidarse que si a alguien no se le soporta, es más que probable que la raíz del aprieto se encuentre en que esa persona no se encuentra a gusto en su interior. El primer talento es acordarse con uno mismo. Quien no despliega la capacidad de vivir correctamente en periodos de soledad creativa (reclama permanente ruido, compañía, agitación), difícilmente realizará aportaciones valiosas en su entorno, más allá de las estrictamente técnicas.
El primer componente del talento procede, pues, de esculpir adecuadamente el propio carácter. Sobre ese sólido cimiento se alzan edificios duraderos. De otro modo, aparecen personajes que con palabrería tratan de ocultar su carencia de fundamento en su alocada carrera hacia el poder, hacia el enriquecimiento, o hacia ningún sitio. Quienes culminan un irreflexivo ascenso no sabrán ni cómo comportarse. Por esto, y por muchos más motivos, no deberían faltar en la formación elementos de antropología que hoy por hoy se soslayan confiando en que lo que algunos denominan psicología positiva recubra epidérmicamente –como el manto de los hijos de Noé- las vergüenzas de quienes no se prepararon para ser, antes que profesionales, personas.
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