Tres versos resumen las cualidades de esas personas poco frecuentes, pero enormemente valiosas: quienes nos asesoran en momentos críticos de nuestra carrera. Puede ser un coach, un colega senior, un amigo que conozca bien nuestro sector de actividad o nuestra empresa. Cada uno, desde diferentes perspectivas y con herramientas más o menos sofisticadas, nos apoyan en las encrucijadas que marcan nuestro devenir profesional.
- Proactividad.
Soy el amo de mi destino,
Soy el capitán de mi alma
(William Ernest Henley)
Los mejores asesores no nos plantean soluciones definitivas, sino que nos impulsan a enfrentarnos a nuestros propios desafíos. En algunas culturas, las decisiones de cambio más relevantes son tomadas por otros. Muchos profesionales eligieron sus estudios sin una idea muy precisa de la actividad que desarrollarían en el futuro. Los primeros empleos surgen típicamente por una suma de coincidencias (oportunidades que surgen en ese momento preciso) o por la influencia de alguien de nuestro entorno. Después, la carrera progresa en muchos casos de forma orgánica: promociones por un buen desempeño, asociado simplemente a la antigüedad en la empresa, etc. A veces cambiamos de empleo solo porque el anterior resulta inviable o porque recibimos una oferta mejor desde otro proyecto en atención a nuestra experiencia o nuestros contactos. De pronto, a los 40 mucha gente reflexiona acerca del itinerario seguido y debe reconocer que el control de su carrera depende mucho más de factores externos que de su propio diseño. La proactividad significa que es importante tener un empleo que nos permita generar ingresos, pero es todavía más relevante que ese empleo tenga sentido dentro de un proyecto de más alcance sobre cómo deseamos que sea nuestra carrera.
- Gestión del riesgo
Se retrocede con seguridad
pero se avanza a tientas
(M. Benedetti)
Un buen asesor habla con franqueza, no pretende agradar a toda costa y no genera expectativas infundadas. Solo nos garantiza que las decisiones que tomemos sobre nuestra carrera son correctas: resultan coherentes con nuestro proyecto profesional, se basan en criterios objetivos, han considerado toda la información disponible, etc. Pero nadie puede asegurar que el resultado va a ser indefectiblemente positivo. Necesitamos personas que nos ayuden a asumir el riesgo inherente a cualquier decisión, a afrontar con coraje los momentos de inflexión profesional. Dejar la seguridad (muchas veces ficticia) de una situación conocida produce vértigo. Tantas veces damos un paso atrás y dilatamos decisiones que, vistas con perspectiva, son inaplazables. Como dice Benedetti, todo paso adelante nos introduce en un escenario parcialmente desconocido en el que progresamos «a tientas». La alternativa es que dejemos pasar oportunidades o que pongamos en manos de otros los cambios de nuestra carrera.
- Desinterés y competencia
Me gusta la gente que sin motivo te busca
Que sin mirarte te quiere
Y sin ataduras se queda
(M. Benedetti)
Para asesorar bien hace falta querer y saber. Alguien bienintencionado, movido por su aprecio, puede dar consejos catastróficos. Es preciso un conocimiento a fondo del sector en el que desempeñamos nuestra actividad, del tipo de organización para la que trabajamos, de las condiciones del mercado laboral de origen y de destino (en el caso de cambios de país). Hay quien dice que para asesorar bien es preciso «peinar canas», acreditar una experiencia que nos permita comprender las circunstancias de la persona a la que aconsejamos.
Pero no basta con buenos conocimientos. El asesoramiento requiere disipar toda duda acerca de los intereses que nos impulsan a prestar esa ayuda. Un buen asesor es el que actúa movido exclusivamente en beneficio del asesorado. Podemos escuchar otras voces, que representen los intereses de la empresa o departamento de origen o de destino, pero solo una voz imparcial merece toda nuestra atención.
Ojalá tengamos siempre a nuestro lado a una persona así, cuando afrontemos las decisiones que definirán nuestro futuro profesional.