Prioridades

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Resulta urgente montar guardia contra el desánimo, porque sólo quien se resiste a las zalemas de la extendida y agresiva mediocridad realiza aportaciones valiosas.

La felicidad no es porfía ajena a la profesión. Más bien, todo lo contrario, porque la incuria brota cuando no estamos dando la debida relevancia a las adecuadas prioridades.

Aristóteles explicita en su inolvidable Ética a Nicómaco que salvo los locos, todos estamos de acuerdo en lograr la felicidad. Diferimos, esto sí, en lo que cada uno discurre sobre en qué consiste. De ahí surgieron las conversaciones que a la sombra de la experta batuta de Juan Ramón Lucas mantuvimos Sandra Ibarra y yo durante meses y que han quedado plasmadas en Hablemos sobre Felicidad (Lid).

A lo largo de la vida, cada uno va seleccionando los motores que impulsan a obrar. Van sucediéndose o alternándose el dinero, el prestigio, la ayuda a los demás, la jactancia, la modorra, el anhelo de dejar huella… No todos cuentan con el mismo peso específico, ni logran idénticos resultados.
Recuerdo, por ejemplo, la cara de abulia de un catedrático de Mercantil que lleno de reconcomio porque otros profesionales del derecho obtienen sustanciosos frutos económicos, se vende al primer postor y testifica con descaminado propósito a cambio de sustanciosa retribución.
Frente a él, la faz de satisfacción y alegría de una profesional que, gracias a la renuncia a su bonus, había logrado mantener algunos puestos de trabajo en la multinacional en la que por entonces fungía como directora general para España.

Tengo presente el sosegado regocijo que transmite un alto directivo de banca que, en medio de diversos avatares, ha procurado siempre comportarse de forma honrada en sus decisiones. Radicalmente opuesto, el gesto displicente de un dirigente de un movimiento de servicios de salvación que sólo piensa en el número de hoyos que podrá hacer en su próximo partido de golf, actividad a la que subordina la práctica totalidad de su quehacer.

Juzgar acciones es responsabilidad ardua. Entender a otros y a nosotros mismos reclama detenerse en las motivaciones del obrar. No es lo que se predica, sino lo que se hace lo que en verdad da razón de las causas de nuestro actuar.

Cuando no se reflexiona sobre el porqué, es sencillo hundirse en un sopor caliginoso en el que no se sabe si avanzamos o retrocedemos, tanto en lo profesional como en lo personal. Lograr rendimientos económicos ha de ser sin duda referente de muchas decisiones; ascender en la escala profesional, también; pero nunca deberíamos olvidar que quien no priorice que nos desenvolvemos  entre personas que merecen respeto y aprecio acabará condenándose al fracaso por mucho que gane o por alto que escale.

Aun resuenan en mis oídos  las balandronadas de determinado directivo que según su imaginación enferma había inventado internet, además de la energía eólica… Su salida de la empresa fue merecidamente festejada.

Definir una correcta escala de valores para luego actuar con los pertinentes pertrechos no es baladí. Nos jugamos acertar o no tanto en lo profesional como sobre todo en el sentido de nuestra existencia. Contar con un coach preparado (no es tautología) resulta herramienta cardinal. Una vez fijadas las prioridades quizá no tanto, pero sí –sin duda- a la hora de formularlas, para no ser un tarambana, sino alguien que dejó marcadas trochas por las que merece la pena avanzar.

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