Me gusta reiterar que somos los amigos que tenemos y los libros que leemos. Es decir, el conocimiento que penetra en la mente por los sentidos superiores y que de un modo muchas veces inconsciente vamos rumiando hasta convertirlo en algo propio.
La civilización de la prisa en la que estamos inmersos nos induce con frecuencia a vivir de titulares y/o de tweets. Esas breves frases pueden ser aperitivos, pero nunca alimento consistente. De alguna manera, aunque con interpretación diversa a la propuesta por Feuerbach, somos lo que comemos.
Siempre deberíamos acudir a fuentes sólidas, la aproximación de un periodo que es para bastantes profesionales de menor intensidad laboral abre nuevas posibilidades para la lectura de textos sabios.
He aquí algunos de los que considero imprescindibles para quienes se dedican a gobernar personas. También, aunque no se ocupen puestos de dirección, para entender a esos seres que Aristóteles definió como bípedos sin plumas que, además –esto es de mi cosecha-, pueden sonreír. Enumero seis y apunto el porqué de mi elección. Todos los recomendados abordan de uno u otro modo el gran tema del verdadero compromiso:
- La muerte de Ivan Ilich, de Leon Tolstoy. Nada contempla el hombre tan frecuentemente como la muerte y nada procura olvidar tan insistentemente como la muerte. En realidad, forma parte de la vida, y es una de las pocas realidades por las que todos tenemos completamente asegurado el transitar. En este caso, el genial Tolstoy adopta la postura de un magistrado que se encuentra en el proceso de salir del mundo. ¡Cuántos comportamientos cambiaríamos para bien si tuviésemos más conciencia de nuestra fugacidad!
- Un día en la vida de Ivan Denísovich, de Aleksandr Solzhenitsyn. El testimonio de un preso en el gulag contiene más elementos para la reflexión que numerosas cavilaciones académicas sobre la crueldad de los sistemas totalitarios. Además de literariamente impecable, los elementos proporcionados impulsan a poner los medios para defender, aun con todas sus limitaciones, los sistemas de libertades de los que Occidente se ha ido dotando.
- El equilibrio y la armonía, de Gustave Thibon. Acumular o brillar no genera felicidad al ser humano, sino el equilibrio armónico al que apunta Thibon con multitud de anécdotas vividas por él. Aunque no lo exprese de este modo, está implícito en todo el libro que la felicidad no es una meta, sino el modo en el que caminamos. Felicidad, se ha dicho también, es amar mucho lo que uno tiene, no envidiar lo que uno no posee. Esta segunda actitud suele conducir hacia la frustración.
- El hecho extraordinario, de Manuel García Morente es otra de esas obras ineludibles. Tras huir de la España republicana para salvar la piel, el filósofo agnóstico se instala en París. En la capital de Francia vive una experiencia calificada por él con los términos que proporcionan título a su libro. Breve pero enjundioso.
- En el jardín de las bestias, de Eik Larson. Esta historia novelada de la presencia en Alemania, como embajador de Estados Unidos, del profesor William E. Dodd a partir de 1933, ha sido con razón celebrada a ambos lados del Atlántico. Como si de una ficción se tratase, presenta la evolución -¡la regresión!- de la sociedad germana envilecida por el cabo austriaco. Nazismo y comunismo se confunden a la hora de manipular arteramente a la ciudadanía. Pocas obras como la de Larson para introducirnos en el torticero esquema mental de los ingenieros sociales que utilizan variedad de excusas ideológicas para su personal enriquecimiento.
- Napoleón. Una vida, de Andrew Roberts. El liderazgo se desarrolla con más rapidez en épocas de tensión. Así fue el tiempo en el que se desenvolvió la existencia del corso más famoso de la historia. Con pluma ágil y profundo conocimiento, Andrew Roberts espolea al estudio del liderazgo. En este caso a través del controvertido personaje, tan alabado por unos como vilipendiado por otros. Y probablemente ambos bandos tienen razones aparentemente irrefutables para defender su postura.
La lectura bien seleccionada abre, en fin, a nuevos universos y debería aguijonear para tomar decisiones adecuadas, siempre a favor de las personas. Porque lo que es bueno para la persona es casi siempre bueno para la organización.