Dirigir en tiempo real
La tecnología no nos hace más listos, pero sí más rápidos. En el siglo XVI, un poderosísimo rey de España solo podía enviar instrucciones a quienes gestionaban la conquista de América por barco. Desde que la nave zarpaba de España con esas órdenes, pasaban al menos dos meses y medio (en el mejor de los casos) hasta que regresaba con la información que remitían los gobernadores y virreyes. Estos plazos ralentizaban los procesos de toma de decisiones a nivel central, pero incrementaban el grado de iniciativa de los niveles intermedios.
Hoy, el CEO de una empresa mediana con actividad en otro continente, monitoriza en tiempo real los indicadores de su negocio y envía sus instrucciones antes de que sus gestores locales se despierten por la mañana. La gestión en tiempo real se ha convertido en la única forma de manejar un negocio. Los retrasos en un entorno competitivo nos sitúan en una posición insostenible.
Reflexión e inmediatez
En otras épocas, disponíamos de más tiempo y de menos información. Eso propiciaba que nos detuviésemos en procesos de reflexión sosegados. ¿Quién se permite hoy este lujo? No son momentos para andarse con contemplaciones. Las tornas se han invertidos y ahora contamos con mucha más información que tiempo. De hecho, uno de los retos más exigentes a los que se enfrentan los directivos es la gestión del tiempo.
De nuevo, la tecnología viene en nuestra ayuda. La buena noticia es que gran parte del procesamiento de la información masiva y relevante para nuestra gestión puede ser automatizada. Big Data, Blockchain, Inteligencia Artificial y otros desarrollos tecnológicos permiten que nuestros sistemas tomen decisiones en tiempo real, tomando en cuenta el estado actual de nuestra actividad. El riesgo es que aspectos nucleares de nuestro negocio queden en manos de algoritmos y sistemas automatizados.
Precisamente porque el tiempo es muy escaso, quienes dirigen deben tener muy claro qué aspectos de su gestión deben ser asumidos en primera persona, como tareas indelegables, y qué tareas pueden ser confiadas a sistemas de eficacia probada.
¿A qué dedica su tiempo un alto directivo?
Pero, volviendo a la pregunta anterior, ¿qué funciones son específicas y casi exclusivas de la dirección? ¿Cuál es el límite de la delegación?
En una publicación reciente (Lo que el líder no debe delegar, LID), Salvador Alva plantea algunas reflexiones sobre lo que un directivo debe reservarse para sí mismo, en el escaso tiempo del que dispone. Alva, expresidente de Pepsico en América Latina y miembro de su comité ejecutivo, propone la regla VOC: visión, organización y cultura.
Visión, en primer lugar
De acuerdo con la propuesta de este ejecutivo, un alto directivo debería dedicar un 10% de su tiempo a definir y explicar el futuro de la organización. A veces nos centramos tanto en el qué (tareas que deben ser ejecutadas) y en el cómo que perdemos de vista el para qué. Esta es una función propia de la dirección, que debe ocupar un tiempo real en su agenda. Después de todo, un líder sí debería permitirse el lujo de reservar espacios para la reflexión.
Organización, en segundo lugar
El riesgo de la saturación exige delegar en nuestros equipos la ejecución de muchas tareas. Una dirección excesivamente controladora y centralizada estrangula las organizaciones. Precisamente porque tenemos poco tiempo, debemos invertirlo en el desarrollo de los siguientes niveles de la organización y en la creación de equipos con un alto grado de autonomía. Alva sugiere que esta tarea ocuparía el 30% del tiempo de un directivo.
Cultura, por último
Esta sería la ocupación que más tiempo demanda del directivo (60%). Entre los contenidos que engloba bajo el concepto de cultura cabe destacar el fomento del emprendimiento entre los trabajadores de la organización, y el desarrollo y la captación de talento para la empresa.
Me atrevo a añadir alguna otra tarea que forma parte del cometido nuclear de la alta dirección. Una de ellas es la ética. Es algo que no se puede dejar en manos de nuestros sistemas de información. Corresponde al líder definir los valores por los que se va a regir toda nuestra actividad, y asegurarse de que estos valores están presentes de forma efectiva en todos nuestros procesos operativos y de negocio.
Y, por último, las relaciones clave con nuestros stakeholders. Cuanto mayor control tengamos sobre nuestros procesos gracias a la tecnología, más tiempo podremos dedicar a las personas. Al final, una tecnología bien empleada nos permite poner el énfasis es la dimensión más humana de nuestras organizaciones.