En 1515 llegó al mundo en Ávila una mujer que durante 67 años brindó innumerables enseñanzas en multiplicidad de ámbitos. Me centro aquí en lo que hace referencia a su gestión de personas con ocasión del intra emprendizaje conocido como las Carmelitas descalzas. De su eficacia habla que cuando se escriben estas líneas unas 11.000 mujeres y 5000 varones siguen remitiéndose a ella dentro de la institución fundada. Pocas son las organizaciones que prolongan su recorrido durante 500 años. Vamos a espigar algunas claves.
Teresa vio la luz en un entorno obsesivamente machista. No se amilanó por eso, como tampoco lo hizo por ser descendiente de judíos. Sus ancestros migraron de Toledo a Ávila con el objetivo de diluir pistas. A la deslocalización se sumó la compra de una hidalguía. En aquella época, como en la actualidad, el supremacismo era un mal enraizado en la sociedad. Resulta difícil entender que en un planeta en el que se ha combinado sin límites la sangre de unos y otros, algunos consideren que son superiores. Teresa tuvo que sufrir esa patología.
Resulta infrecuente que alguien tenga perfectamente definida la meta a la que aspira
Nuestra protagonista tardó casi dos décadas en ir delimitando la cima anhelada. Precisó de consejo de otros, entre los que se contó su buena amiga Guillomar de Ulloa. Como inteligente que era, Teresa acudió a expertos en el mismo sector, aunque de algún modo pudiese calificarles como competencia. Las palabras de san Pedro de Alcántara, reformador franciscano, reforzaron el propósito de la de Ávila. Pedro de Alcántara había recorrido el camino de la Reforma años antes. Su asesoramiento llegó por los pelos. El primer convento de Teresa fue inaugurado el 24 de agosto de 1562 y Pedro de Alcántara falleció el 18 de octubre de ese mismo año.
Para alcanzar el éxito resulta fundamental pedalear sin tregua. Bien lo supo nuestra emprendedora. Diversos grupos de interés trataron de agostar la iniciativa. A punto estuvieron los vecinos de Ávila de echar abajo las puertas del primer convento descalzo, el de San José. Las cuatro monjas que dentro estaban resistieron el envite a duras penas.
Como he detallado en “1010 consejos para un emprendedor” (LID), la única seguridad de quien pone en marcha un proyecto es que su vida consistirá en una carrera de obstáculos. Cada uno, diferente del anterior. Bien lo experimentó Teresa de Jesús.
Pronto decidió expandir su trabajo tanto para otras mujeres, como adentrándose en la reforma de los varones. En Medina del Campo, una Nueva York de la época, acudió a pedir consejo a Antonio de Heredia, prior de los Carmelitas calzados. Para su sorpresa, este sesentón se presentó voluntario. Teresa lo recibió con desconfianza, porque consideraba que, acostumbrado a una vida razonablemente acomodada, le resultaría complicado renunciar a hábitos asentados. Con todo, lo incorporó. En más de una ocasión se alegró de haber tirado para adelante, aunque no escasearon motivos para arrepentirse, pues Antonio de Heredia le género cuantiosos quebraderos de cabeza.
Desde los umbrales, Teresa puso de manifiesto su voluntad férrea
Tal como detallo en “2000 años liderando equipos” (Kolima), estando en Toledo, en casa de Luisa de la Cerda, la informaron del derrumbe de una pared del convento primigenio. De inmediato ordenó volver a levantarla. De igual forma, se multiplicaron los obstáculos en cada una de las 17 fundaciones. Teresa se enfrentó a aquellos valladares con la seguridad de que quien trabaja con denuedo acaba recogiendo frutos. Otros hubieran quedado paralizados, a ella cada traba se le tornaba oportunidad.
El apoyo inicial brindado por Juan Bautista Rubio, superior de los calzados, fue sustituido por la inquina a causa de la falta de respuesta a sus misivas por parte de santa Teresa. El motivo no fue la desatención, sino la tardanza de los medios de transporte. Coincidió aquel conflicto de comunicación con el fallecimiento del directivo y su sustitución por otro que no veía con agrado las actividades de la abulense. Se sumó, además, el relevo del nuncio en España. Ocupó el cargo un taimado Felipe Sega, machista irredento que desde el inicio menospreció y amagó con frustrar la frágil planta sembrada por santa Teresa. Solo la voluntad enérgica de ésta superó el propósito matador de aquellos.
No faltaron obstáculos internos. Algunos provocados por la jactancia; otros, por la envidia y varios por la codicia. María Bautista Ocampo, sobrina suya, priora en Valladolid, la espetó que ojalá no volviese por allí. El motivo era la disputa familiar por la herencia dejada por Lorenzo, el hermano triunfador que había tornado enriquecido de hacer las Américas.
Teresa falleció en Alba de Tormes con esa sensación agridulce que probablemente acompaña a cualquier proyecto terreno. De un lado, se acumulaban los sinsabores mencionados. Por otro, la satisfacción del deber cumplido y el haber enraizado los cimientos de un empuje que lo largo de los siglos ha permitido a miles de personas encontrar su lugar en el ciclo de la vida.