Resulta cardinal para un directivo -para cualquier persona- la adquisición de los hábitos aristotélicos enunciados en el anterior post: prudencia, templanza, afabilidad, empatía, sinceridad, etc. Por eso han sido objeto de atención a lo largo de los tiempos. Leemos en un autor del siglo IV que se inspira en el estagirita consejos aplicables, con las ineludibles actualizaciones, a nuestros días: “Quien hoy sale a la calle precedido de heraldo (…), probablemente mañana será puesto en prisión y muy a su pesar habrá de dejar a otros todo ese fasto. Quien se rinde a la glotonería y a las delicias de la gula, arruinada su salud por el deseo de contentar su vientre, no puede perseverar mucho tiempo en vivir con tanto dispendio y, consumida su fortuna, se ve obligado a acopiar riquezas, en nada diverso de un torrente (…). La gula no es cosa que pase y se desvanezca enseguida, sino que su paso vehemente se lleva consigo el vigor del cuerpo y la salud del espíritu. Las embestidas de un río impetuoso no causan tanto daño como los excesos y la falta de moderación, que minan los fundamentos mismos de nuestra salud (…)”.
“Médicos hijos de médicos dijeron que la salud está en nunca saciarse. La sobriedad en la comida es la salud y la frugalidad en la mesa, la madre de la salud. Si la frugalidad es la madre de la salud, evidentemente, la intemperancia es la madre de la enfermedad y la falta de salud, y engendra males contra los que nada puede la ciencia médica. Las enfermedades de los pies, de la cabeza, de los ojos, de las manos, los temblores, parálisis, ictericia, las fiebres persistentes y altísimas y muchas otras enfermedades que no tenemos tiempo de enumerar aquí, no son causadas por la frugalidad o ascetismo de los filósofos, sino por la falta de templanza y por los excesos en el comer”.
¡Cuántos fantasmagóricos y dispendiosos procesos de adelgazamiento se resolverían con mera templanza!, plantea Juan Crisóstomo, plenamente inspirado por el filósofo griego. Algunos morbos del espíritu que derivan de la ausencia de los hábitos aristotélicos son la avaricia, la tibieza, la irritabilidad, la pereza, etc. Aristóteles afirmaba que consideraba más valiente a quien conquista sus propios deseos que a quien domina a sus enemigos, ya que la victoria más exigente es sobre uno mismo. Quienes se entregan a la destemplanza -remata- se asemejan a las bestias (cfr. Ética a Nicómaco, editorial LID).
El pensador griego proponía insistentemente la superación de la hýbris (ceguera fruto de la jactancia) para llegar a ser como se debe ser. En esa medida se estará en condiciones de ayudar a otros stakeholders –subordinados, colegas, clientes, proveedores…- en idéntica y correcta dirección. Para él, el gobierno (la convivencia en general) es solicitar a toda persona, sin acritudes, de forma amable, todo lo que ésta puede dar de sí en su proceso de desarrollo personal y profesional. Aristóteles recuerda que, en sentido estricto, hasta el final de la existencia no es posible afirmar de alguien que ha sido feliz. No es tanto una meta que alcanzar como el modo en que se camina: sic vita, mors ita, se muere como se vive.
Creía Aristóteles en la eficacia tanto de la formación como de una correcta legislación. Dejó escrito: “Es difícil encontrar desde la juventud la dirección recta para el ejercicio de la virtud, pues el vulgo, y más los jóvenes, rechazan la vida templada y firme. Es preciso que la educación y las costumbres sean reguladas por leyes (…). No es suficiente haber recibido la educación y control adecuados en la juventud; es preciso que en la madurez se practique lo que se aprendió y acostumbrarse a ello. También entonces precisamos de leyes y, en general, a lo largo de toda la existencia, porque la mayor parte de las personas obedecen más fácilmente a la necesidad que a la razón y a los castigos que a la bondad”.
Quien aspira a mejorar a los hombres ha de anhelar convertirse en directivo. Escalar al poder y desplegarlo con dignidad no será fácil, pero “lo que con mucho trabajo se adquiere, más se ama”, concluye el estagirita.
Gran parte de los problemas que sacuden a la humanidad en general -y a ciertas organizaciones en particular- son fruto de exigua formación comportamental, técnica y ética. Cada uno ha de esforzarse por conseguirla y empeñarse en transmitirla de manera comprensible.