Vivimos en medio de una feroz ofensiva de visionarios que predicen que las profesiones del futuro no serán las que hoy en día conocemos. Eso sí, apenas concretan cuáles serán esos oficios que vaticinan… Pues bien, al margen de cómo vaya configurándose el mundo del trabajo en los próximos lustros, es esencial que cada uno de nosotros diseñemos cómo nos gustaría ser de mayores. Es decir, qué rastro anhelamos difundir en nuestro entorno.
No somos sólo lo que somos en el momento presente. Somos fundamentalmente lo que anhelamos llegar a ser. El joven vive formulando expectativas. El anciano contempla su pasado con regocijo y regusto o desazón y pesadumbre, en función de cómo haya envejecido. Siquiera de forma parcial, cada uno somos causa de nosotros mismos.
En el medievo se resumía este concepto con un adagio que atesora sabiduría insondable: sic vita, mors ita. En traducción libre: se muere como se vive. En reflexión ampliada: maduramos en función de nuestros deseos personales, con las limitaciones propias del deterioro de ese chasis que es el cuerpo.
En medio de una civilización de la urgencia, del resultado inmediato, del enriquecimiento raudo, es particularmente aconsejable reflexionar sobre el objetivo de nuestros afanes. La etopeya de nuestra existencia que ha de importarnos no es la que alguien –si es el caso- formule de nosotros, sino la que cada uno descubrimos cuando nos miramos al espejo. Las aptitudes (lo que podemos hacer) es parte de nuestro ser en el mundo, pero lo que realmente marca la diferencia son nuestras actitudes: lo que queremos hacer.
Con independencia de nuestra edad cronológica, o de nuestra trayectoria como profesionales, valemos lo que suman nuestras ilusiones. Muchas no las desarrollaremos completas, pero sí podemos sembrar las semillas para que florezcan primaveras de sanos proyectos que beneficien a otros cuando nosotros ya no estemos sobre el planeta.
Quien vive en el reconcomio siembra desconcierto; se convierte en un parásito de energías ajenas. Nuestro arrojo ha de aplicarse no sólo a generar productos o servicios, sino a nuestro modo de ser en el mundo. Personas hay que son surtidores de entusiasmo. Como en ocasiones se ha formulado: hay quienes ante cada problema proponen una solución, y quienes ante cada iniciativa erigen un obstáculo.
Para que el bosquejo de una personalidad sea fructífero resulta imprescindible contar con un modelo valioso. En el centenario de la revolución bolchevique he publicado en ¡Camaradas! De Lenin a hoy una serie de modelos que deberíamos obviar. Manifiesto aquí la perentoria necesidad de seleccionar prototipos atractivos que, sirviendo a los demás, contribuyan a nuestra mejora. Y esto, como resumían también los medievales sólo sucede si aplicamos la metodología per angusta ad augusta: conquistar las cimas gracias al brío.
Hay que recordar, en fin, que de poco sirven actitudes vehementes o inmoderadas impaciencias, porque dado que la persona no nace completa, sino que nos vamos completando, una parsimonia activa es fundamental para lograr metas. Recordaban por eso los sabios medievales que nemo repente fit summus: no nos hacemos buenos o malos de repente, sino que poco a poco vamos configurándonos.
Un croquis elaborado y tenacidad consistente son, en fin, componentes indispensables para forjar grandes profesionales. La presencia de un coach veterano es casi siempre ineluctable.