Urbanidad en el metaverso

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Se entiende por urbanidad el comportamiento conforme con los buenos modales que manifiesta buena educación y respeto hacia los demás.

Cada persona, hasta el último día de vida, deberíamos poner atención en afinar conductas. En la actualidad se multiplican los romos que claman con sus actos que lo exterior ha dejado de tener relevancia. Se equivocan, porque la forma, forma parte del fondo. El contenido es relevante, pero también la envoltura en la que se presenta. No hay una segunda oportunidad para generar una buena impresión y con nuestro actuar y hablar manifestamos lo que portamos dentro. Cuando leo autores, incluso renombrados, describiendo con detalle cómo es un antro, no me queda duda de que los frecuenta. Cuando se escucha hablar a una persona es fácil deducir, parafraseando la canción, a qué dedicas tu tiempo libre.

En la Edad Media se fraccionó la enseñanza en dos grandes secciones: a la primera la denominaron Trivium y a la segunda, Quadrivium. Esta división se halla en Boecio y en las instituciones que Casiodoro diseñó para sus monjes. Hablamos del siglo V. El Trivio incluía la gramática, la dialéctica y la retórica. De otro modo: la comunicación escrita, la oral y la lógica que da sentido al pensamiento.  

Con excesiva frecuencia, quienes deberían mostrar prudencia, sentido del ridículo y mesura manifiestan que desconocen los basics del respeto. Es desolador verificar la extensión de costumbres poco pulcras que van desde dedicarse a pensar en cómo refutar la opinión ajena antes de reflexionar sobre lo que nos están aportando a tratar con un ‘tú’ a quienes correspondería deferencia, no facilitar el paso a alguien a quien se debe respeto o dejar sin responder e-mails que han sido dirigidos nominalmente, dando por hecho que esa haraganería comunica un nulo interés.

La criatura humana arranca su envejecimiento cuando cesa de ser educable. La urbanidad modela el exterior como reflejo de lo que acopiamos en el alma. Las generaciones reciben buena parte de su educación en los primeros años de vida a través del ejemplo de sus mayores. Con una generalización optimista podría señalarse que no existen malas hierbas ni hombres malos, sino cultivadores inoperantes.

La educación dilata el horizonte de los adolescentes. Con profunda sabiduría, Raimundo Lulio afirmaba que formar a otros es acostumbrarles a usos que les permitan aproximarse al modo de obrar natural, que nada tiene que ver con el extenderse de la grosería. Algunos que dictan leyes de educación no han leído o no han entendido a Lulio.

La educación es parte consistente del alimento que el alma precisa. Necesitamos sabias influencias externas para desarrollar el espíritu. Forjar el carácter no es imponer la repetición memorística de principios, sino facilitar la asimilación de conductas que deben amarse y admirarse. No debemos -insisto- obsesionarnos con la rigidez, soslayando la inteligencia y la conciencia. Sin embargo, para desarrollar estas dos últimas capacidades, hay que asimilar algunos principios esenciales.

En ocasiones, se pone el ejemplo de Esparta, domadora de hombres, y de Roma, troqueladora de ciudadanos. Si algunos lamentan que la sociedad contemporánea diseña holgazanes, el problema no está en la juventud, sino en un promulgado y alabado paradigma de vaguería e insustancialidad. Si apreciamos a los que llegan al mundo, hemos de trasladarles exigencia no complacencia.

Toda persona desprovista de un sano adiestramiento es, en el fondo, una parodia de sí misma, porque la educación consiste en el arte de restringir el propio capricho e indolencia para no lastimar a quienes nos rodean.

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HR Blogger

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