Liderazgo en un año Ignaciano

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El pasado 20 de mayo ha comenzado un año Ignaciano, tomando como referencia el 500 aniversario de la herida provocada en la pierna a Ignacio de Loyola por una bala de cañón cuando defendía a España en Pamplona de una invasión francesa. Su conversión culminaría en la fundación de la Compañía de Jesús lustros más tarde.

Como he explicado con detalle en Jesuitas, liderar talento libre (LID), Ignacio fue plenamente consciente de la necesidad de desarrollar su liderazgo para que sus seguidores le siguieran. Fue maestro y maestro de maestros. Ignacio fue hombre del Renacimiento. Es uno de esos que experimentan y entienden cómo nace una época, como les sucederá a Chateaubriand, Henry James o Sándor Márai en contextos diversos. Uno de los méritos de Ignacio fue convertirse en promotor de novedades. Su proyecto se insertó en otro milenario, el de la Iglesia católica, con primicias apreciables, como he detallado en 2000 años liderando equipos (Kolima).

El liderazgo es la pleitesía o reconocimiento que una persona genera independientemente de la posición jerárquica. Se logra con el ejemplo, no con facundia. Así lo entendió Ignacio: lo primero ocurre ser el buen ejemplo de toda honestidad y virtud cristiana, procurando, no menos, sino más, edificar con las buenas obras que con las palabras.

Ignacio impulsó a emprender lances. Cuando ofrecieron a los padres Mirón y Cámara que se convirtiesen en confesores del rey de Portugal, ellos rehusaron. Ignacio les indicó que era una respuesta errada: la Compañía no había sido creada para mantenerse al margen.

Múltiples son los ejemplos de jesuitas que fueron transformándose en líderes. El padre Antonio de Mendoza gobernó la Compañía en México desde 1585 hasta 1591. Supo sacar lo mejor de las personas. Consiguió que todos cumplieran, sin malos modos. Su estupendo trabajo le llevó a ser asistente de España.

El padre Ángel Ayala, en el siglo XX, mucho supo de gobierno. Entre sus consejos, uno que debería grabar a fuego cualquier directivo: un buen jefe debe ser muy reposado en sus juicios para actuar como ser humano; y no fijarse, con una lupa, en cosas menudísimas: franco, claro, transparente, perspicaz, ha de unir dulzura con energía [para] exigir el cumplimiento del deber.

El padre Ayala resumió en ocho las reglas claves de buen gobierno. He aquí las más relevantes: 1) que el director dirija, no que haga, sino que haga hacer; 2) con los jóvenes fundamentalmente, hay que ser muy humanos: darles el amor que necesitan, acomodarse a la necesidad que sienten de moverse, de entusiasmarse; brindarles ocasión de manifestar su talento; 3) que los dirigidos estén contentos.

A pesar del buen ejemplo de Ignacio, algunos no lograron desarrollar liderazgo para los altos cargos a los que habían sido convocados. Fue el caso del padre Araoz, de quien sintetizó Francisco de Borja: mientras esté aquí, este colegio de Valladolid será una cancillería más que una casa religiosa: el padre está sin cesar inmerso en los asuntos seculares y ajenos a nuestro instituto.

Como suele suceder con quien traslada positividad, san Ignacio contó con muchos amigos, desde Marcelo Cervini, que llegó a ser Marcelo II, al cardenal Juan de Burgos, Juan Álvarez de Toledo, dominico, tío del duque de Alba; Alejandro Farnese, sobrino de Pablo III; Juan Morone, cofundador con Ignacio del Colegio Germánico y alma de la tercera época del Concilio de Trento; Reginaldo Pole, cardenal inglés; Bartolomé de la Cueva, hijo del duque de Alburquerque; Francisco de Mendoza y Bobadilla, obispo de Burgos…

Una paráfrasis que movió siempre a Ignacio a actuar fue: trabaja como si el éxito dependiera de tu esfuerzo, pero confía como si todo dependiera de Dios. En un alarde de sentido común, que lo es de liderazgo, aconsejó vivir con un pie levantado tanto para afrontar con presteza las dificultades que se suceden como para aprovechar cualquier oportunidad.

Son incontables las enseñanzas de san Ignacio para el buen gobierno. En estas semanas ya he recibido invitaciones para explicitarlas en conferencias y sesiones de formación. Acepto con gusto, porque es uno de los líderes de los que los españoles podemos y debemos sentirnos más orgullosos.

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