Hoy nos han dado la cesta de Navidad en mi empresa, ha sido un gran día. Y no lo digo porque me haya hecho especial ilusión, ya que llevo bastantes años en esta compañía y estoy habituado a recibirla. Sin embargo, hoy me he ido especialmente feliz a casa. Os preguntaréis por qué…
Todo empezó esta mañana en el desayuno. Como es habitual bajé a tomar un café con varios compañeros y entre ellos algunos becarios. Cuando recibí el correo de que íbamos a recibir la cesta se lo conté, y lo primero que les vino a la cabeza fue preguntarme si también había cesta para ellos. Les dije que sí y noté como su rostro se ilusionaba con la noticia. A continuación me hicieron una segunda pregunta de respuesta todavía más obvia para mí, que si la cesta era igual para todo el mundo; y evidentemente, les contesté que sí.
En ese momento percibí que esas personas que me acompañaban se sintieron integradas e iguales al resto de compañeros, y me transmitieron su felicidad e ilusión, lo que me dio una motivación extra para el resto del día. El resto de la jornada se respiraba cierta emoción en el ambiente, la gente se apresuraba a bajar a por la cesta, y en la misma cola podías ver a un becario y detrás de él a un directivo, esperando recibir la cesta.
Reflexionando sobre este hecho me di cuenta de que este tipo de cosas son las que motivan a los empleados y hacen que se sientan parte de un todo. Yo llevo tanto tiempo ya teniendo esa sensación de pertenencia e igualdad dentro de un grupo, que a veces se me olvida lo afortunado que he sido todos estos años. Y en este caso la cesta es solo un símbolo que refleja la relación que hay entre los empleados de mi compañía. Por poner otro ejemplo: ayer estuve comiendo y en mi misma mesa estaban el Director General, una persona de I+D y un chico que acababa de entrar en la Compañía, manteniendo una amena conversación. Y se podrían citar muchos otros casos, como los relacionados con la gestión del espacio en la oficina: el dejar los despachos abiertos para poder hablar con cualquiera de la compañía de tú a tú o el que tengas a tu lado en la misma mesa a tu jefe y a un becario… Todo ello facilita el que puedan saltarse los protocolos para poder contar con cualquier persona de la compañía que sea experta en un tema, con independencia de su rango.
Poder comunicarse con libertad, de manera transparente, sentirse parte de un equipo, que te traten por igual (como en el ejemplo de la cesta), son todos aspectos del llamado salario emocional: aquéllas circunstancias laborales que nos motivan en nuestro día a día.
Todos estos sentimientos me hicieron pensar en que también formamos parte de otra gran empresa, la que conforma nuestro país, familia y amigos, y me acordé de que a algunos de los míos les han quitado la paga extra y no tienen cesta de Navidad, o lo que es peor, les han despedido. Concretamente me acordé de una persona que me daba siempre el objeto de mayor valor de su cesta porque sabía que a mí me gustaba mucho. Este año mi amigo no tendrá cesta ni paga extra -como mucha otra gente que seguro también vosotros conocéis- y por ese motivo, después de recoger la cesta y antes de llegar a casa, me pasé por la suya y le ofrecí parte de la mía. Al hacerlo me di cuenta de que no hay nada que te produzca más felicidad que hacer felices a los demás. Y eso es lo que debió sentir la directora de RR. HH. hoy, y así se reflejaba en su cara, cuando me crucé con ella al abandonar el edificio. Y es que el salario emocional no sólo lo viven los empleados, sino también los que impulsan las acciones que llevan a él.
¡Os deseo a todos una Feliz Navidad y un Buen Año 2013!