Nuestras organizaciones necesitan personas con capacidad innovadora. Cuando nos enfrentamos a escenarios de negocio disruptivos, valoramos que nuestra gente sea capaz de pensar de forma diferente, que rompa con los convencionalismos.
Solo podemos competir si nuestra manera de pensar se acompasa a nuevos acontecimientos, o incluso los anticipa. Por experiencia, sabemos que para innovar son necesarias algunas competencias. Las más conocidas son:
Es la capacidad de pensar de modo diferente, y buscar soluciones nuevas a problemas nuevos.
Trabajo en equipo.
La innovación muy rara vez es el resultado de la genialidad de un individuo. Con mucha mayor frecuencia, surge en el seno de equipos multidisciplinares, con enfoques complementarios y con un alto nivel de debate, orientados a un mismo objetivo.
Sentido crítico.
Las personas innovadoras formulan preguntas, ponen en cuestión procedimientos y soluciones del pasado, son altamente exigentes y no se conforman con los resultados ya conocidos. Esto no solo es compatible, sino que frecuentemente requiere, un adecuado encaje organizacional. Crítico no significa anárquico o indisciplinado. A veces, la mejor forma de lealtad es la discrepancia constructiva.
Capacidad de asumir riesgos responsables.
Innovar no solo es cuestión de inteligencia, sino también de coraje. Es preciso evaluar concienzudamente los riesgos, y asumir después el margen de incertidumbre inevitable cuando se toman decisiones que entrañan cambios intensos.
Orientación a resultados.
La innovación está siempre orientada a la consecución de unos objetivos. No es un simple afán de originalidad. En un ámbito empresarial, se basa en cálculos de coste / beneficio, y de retorno de la inversión. Este análisis incluye también el coste de no invertir y la pérdida de competitividad que supone mantener procesos o recursos obsoletos.
Las personas que acreditan estas capacidades en un proceso de selección se convierten en candidatos muy deseados. Las contratamos no solo por lo que ya saben hacer, sino por el potencial innovador de su manera de pensar y trabajar.
De Galileo a la clonación humana
Hay, sin embargo, una variable que no se suele asociar de una manera tan directa con la capacidad innovadora de un individuo: su orientación ética. El problema, a mi juicio, es que la innovación ha sido presentada en ocasiones como una actitud transgresora, un desafío frente a valores dominantes en un momento determinado. Casos como el de Galileo (siglos XVI y XVII) asientan la idea de que los grandes descubrimientos se han abierto camino a pesar de las resistencias ideológicas de esa época histórica. Más adelante, algunos avances científicos se han enfrentado a moratorias, resistencias y recelos por parte de los guardianes de un orden moral asociado a la manera vigente de comprender la naturaleza y nuestro lugar en ella. Aun hoy en día existe una cierta tensión entre quienes desean explorar todas las posibilidades de la ingeniería genética y quienes se oponen firmemente a determinadas formas de experimentación o a la clonación humana, por más que se haga con un propósito eugenésico.
Más allá de la simplificación con la que se presentan estos casos, el hecho es que ética e innovación no son variables que se relacionen en proporción inversa, sino exactamente al contrario. Cada nuevo avance científico, cada innovación industrial, abren posibilidades inéditas para las empresas y para la sociedad. Y, al hacerlo, nos enfrentan a los dilemas éticos que esos logros propician. El principal aliciente para la reflexión ética es dar respuesta a un mundo en constante transformación por obra del ingenio humano. La ética no frena el progreso, sino que lo acompaña y, hasta cierto punto, lo potencia.
Y, a la inversa, el debate ético impulsa la innovación de forma constante. Si no fuera por nuestra creciente preocupación frente a la sostenibilidad de nuestro planeta, no se habrían producido muchos de los desarrollos hoy disponibles en campos como la generación eléctrica, los modelos de movilidad, etc.
Mi consejo es que, a la hora de seleccionar a quienes están llamados a liderar los procesos de innovación en nuestras empresas y en la sociedad, valoremos su ingenio, pero pongamos también el foco en su capacidad para integrar la dimensión ética. Quienes mejor innovan son quienes entienden el impacto de sus desarrollos sobre la vida de las personas y sobre su entorno.