Hace dos décadas y media, tras haber diseñado e implantado una red de franquicia, escribí el libro: “Cómo elaborar un manual de franquicia. Un ejemplo práctico” (CIE Dossat, 2001). Para culminarlo, conté con la eficaz colaboración de dos antiguos alumnos. Enseguida se agotó la edición. Pasado algún tiempo, uno de ellos me informó de que unos profesionales se habían inspirado al pie de la letra en el texto para crear una empresa franquiciada. Me instaba a denunciarles por plagio. Le respondí que, ya que nosotros no teníamos intención de arrancar el proyecto, me alegraba que otros verificaran en la práctica lo acertado de las propuestas.
Conceptos y modelos de gestión
No es la única vez en la que alguien se ha inspirado en los conceptos y modelos de gestión que he creado. Entre los más inspiradores, por decirlo a modo de chanza, se encuentra “Patologías en las organizaciones” (LID editorial, 3ª edición, 2018), para cuyo desarrollo conté con dos destacados profesionales Marcos Urarte y Francisco Alcaide, y que ha sido mutado por algunos émulos en vitaminas para la empresa y en otros retruécanos.
Algunos han referenciado el hontanar en el que se han inspirado. Otros, por el contrario, han considerado superfluo respetar, al menos citándola, la fuente de sus aportaciones. Igualmente ha sucedido con el modelo “Feelings management” (CGI, 2012), que mereció un detallado estudio de campo elaborado por el IESE y fue presentado en la sede de esa escuela de negocios. En ese caso -¡menos mal!- mencionando al autor.
La gestión de lo imperfecto en organizaciones
Otra de mis propuestas, a la que quiero hacer hoy particular referencia, es la gestión de lo imperfecto. Ese modelo de diagnóstico organizativo lo concebí por la solicitud del presidente de uno de los grandes bancos para ayudar a mejorar el desempeño de sus máximos directivos. Desde entonces han transcurrido 24 años. Bastantes consultores y académicos han bebido en mis textos para apuntalar sus propuestas. Hay dos tipos de profesionales: quienes honradamente aluden a las raíces de su inspiración y quienes las soslayan.
Que no hagan referencia es para mí una demostración de la realidad del paradigma que diseñé. Avanzamos en medio de imperfecciones, tratando de ganarnos la vida, además de procurando contribuir al avance de los resultados profesionales y personales de innumerables criaturas.
La imperfección, expuse hace cinco lustros, es lo único que tenemos entre manos. Las personas u organizaciones que anhelan trabajar con individuos o en entornos radicalmente perfectos lo único que logran es frustrar y malograrse. El esfuerzo no ha de tener como meta conquistar coordenadas impolutas, sino bregar por entornos en los que el mayor número posible de implicados anhelen disminuir las imperfecciones resolubles.
Distinguí en los textos en los que abordo está cuestión, recogidos en “Liderar en un mundo imperfecto” (LID editorial, 2019), entre imperfecciones resolubles e irresolubles. Para las segundas, hay tres opciones: enfurruñarse, pactar y buscar oportunidades. Con las primeras, por su parte, el grito de guerra ha de ser priorizar. Únicamente los locos, los achispados y los infantes lo desean todo y a la vez. Cuando alguien ha madurado descubre que las cúspides han de ser pocas, concretas y relativamente fáciles de alcanzar. De ese modo, paso a paso, se puede seguir braceando.
He trabajado con ese modelo de diagnóstico con docenas de organizaciones públicas y privadas en numerosos países. En cierta ocasión, el presidente de una entidad financiera me comentó que el director de una sucursal había optado por dejar de fumar. El lunes de la semana sucesiva, al entrar su despacho encontró múltiples cajetillas de tabaco con un cartel firmado por sus compañeros. Rezaba: «¡vuelve, por favor, a fumar!”.
Me explicaba aquel directivo tan amigo como cliente, prematuramente fallecido, que, tras abandonar el hábito, aquel individuo había destapado un carácter insufrible. Dejar de inhalar humo es un gran propósito, pero ha de abordarse cuando haya suficiente fuerza de voluntad para no hacer pagar a los prójimos las limitaciones fruto de una exigua energía de auto control.
¡Viva lo imperfecto! ¡Viva quienes pugnan con honestidad por disminuirlo! ¡Viva los incontables días grises en que debemos seguir remando con ilusión y una sonrisa, a pesar del viento en contra, a veces huracanado y en ocasiones racheado!