El rol de las personas ante los cambios tecnológicos

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La transformación digital optimista

Las tres distopías

El diccionario de la RAE define la distopía como la “representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana”. Podemos encontrar muchos ejemplos de distopías en el género de la Ciencia-Ficción. Sus relatos, con frecuencia, describen escenarios futuros en los que la tecnología ha alcanzado un alto grado de desarrollo, casi siempre en perjuicio de sus creadores, los humanos. El progreso aparece como algo ambivalente: avances imparables en el ámbito tecnológico son compatibles con retrocesos en las expectativas o los derechos de las personas. De hecho, ya en la actualidad tenemos una relación de amor y odio con los dispositivos y aplicaciones que manejamos a diario: por una parte, nos aportan beneficios innegables; por otra, siempre hay voces que nos ponen en guardia frente a un consumo adictivo de la tecnología, al deterioro de las relaciones con las personas más próximas, etc.

Esta visión negativa empaña en ocasiones los procesos de transformación digital, que son percibidos como beneficiosos para las organizaciones, desde el punto de vista de la eficiencia y la competitividad, pero no tanto para las personas que trabajan en ellas. Actualmente, hay al menos tres tipos de distopías que inducen movimientos de resistencia ante la transformación digital:

  • Distopía del empleo. Consiste en anticipar un futuro en el que la creciente automatización de procesos vaya reduciendo progresivamente las cargas de trabajo, con la consiguiente supresión de empleos. Es la dimensión cuantitativa de esta predicción. Otras personas auguran una obsolescencia prematura de sus competencias profesionales, al no poder adaptarse con suficiente rapidez a las nuevas destrezas que supone trabajar en entornos altamente automatizados. Es el aspecto cualitativo de esta amenaza. Cuando se replica que otros cambios tecnológicos en la historia han creado más empleos de los que han destruido, manifiestan que para ellos no es mucho consuelo un argumento macroeconómico, ya que no se plantean el problema en términos de empleo neto, sino de su propio empleo.
  • Distopía de la información. Hace referencia a la progresiva pérdida de intimidad. La intensa huella digital que dejamos con cualquiera de nuestros actos cotidianos puede llegar a perfilarnos, desde un punto de vista laboral y comercial, hasta extremos sobrecogedores. Quienes alimentan este temor subrayan el carácter asimétrico de las relaciones: el empleador sabrá sobre nosotros mucho más de los que nosotros podamos llegar a saber sobre las organizaciones para las que trabajamos.
  • Distopía del control. La automatización de muchos procesos que afectan a las personas (selección de nuevos empleados, sistemas de recompensas, ascensos, desvinculaciones, etc.) incrementa el temor a que decisiones importantes para nosotros sean tomadas con la fría lógica de un algoritmo, de forma no empática, sin tener en cuenta variables que difícilmente pueden ser parametrizables.

 

Antídotos contra las distopías

Las distopías cumplen una función en el sentido de que ponen el énfasis sobre posibles amenazas. Sin embargo, es preciso desmontar las falacias que encierran, ya que suponen un poderoso freno para procesos de transformación digital que, bien gestionados, aportan incomparablemente más ventajas que inconvenientes. El principal antídoto contra el desánimo que producen estos agoreros de desgracias consiste en una buena información. Quienes mejor conocen las tendencias en transformación digital nos aportan una visión mucho más halagüeña, y rebaten el triple desconocimiento sobre el que montan sus previsiones los más pesimistas:

  • Desconocimiento tecnológico. Más allá de lo que sea hipotéticamente posible, los desarrollos reales en el ámbito de la transformación digital están muy lejos de llevarnos a escenarios apocalípticos. Terminator está mucho más en la imaginación de guionistas de cine que en los diseños de sistemas robotizados.
  • Desconocimiento del marco regulatorio. Los poderes públicos son conscientes de los riesgos que entraña una tecnología fuera de control, y tanto a nivel nacional como supranacional definen marcos de actuación en los que no todo lo que es técnicamente posible puede ser efectivamente producido. Tampoco podemos olvidar la autorregulación de las compañías que operan en este sector, tanto las que producen la tecnología de base para la transformación digital como las que la consumen.
  • Desconocimiento de la capacidad humana para adaptarse a nuevos entornos, a lo largo de la historia. Las distopías encierran un cierto pesimismo antropológico, una desconfianza en nuestra habilidad para progresar al ritmo de nuestro ingenio. De hecho, la creciente irrupción de la tecnología en nuestra vida, y particularmente en nuestro trabajo, es una excelente oportunidad para enfatizar nuestra contribución específica como humanos: nos permite descubrir aquello en lo que siempre aportaremos más que el sistema artificial más sofisticado. Es una hermosa paradoja: a más tecnología, más humanidad.
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HR Blogger

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