El liderazgo ya no es lo que era. Mantenemos inercialmente modelos de ejercicio del poder propios del siglo XX en una sociedad y en unos mercados que reclaman a gritos otras formas de mando.
Hasta el siglo pasado, el paradigma del poder estaba definido por el ascenso de los más capaces, en entornos competitivos, hasta alcanzar una posición dominante. Una vez conseguido el puesto de mando, los resultados legitiman a quien dirige, siempre que sean comunicados de forma convincente a aquellos antes quienes responde: accionistas, electores, etc.
A lo largo de este proceso, el aspirante compartía espacios de poder con otras personas que pugnaban por la misma posición. El que prevalecía en esta disputa ejercía plenamente el poder en el ámbito de su responsabilidad, y con frecuencia lo empleaba entre otras cosas para permanecer en él: sostener la posición es parte del retorno que cabe esperar de la fuerte inversión realizada para ascender.
Nuevas formas de ejercicio del poder
Este modelo convive en la actualidad con nuevas formas de ejercicio del poder. Como muy bien observó Maquiavelo en el Renacimiento, los tiempos de fuertes transformaciones permiten la coexistencia de estilos de dirección muy diversos. En su caso, él fue testigo de la transición de Monarcas indiscutidos mientras duraba su reinado (por la gracia de Dios) a Príncipes que alcanzan el poder por medio de un conjunto de cualidades y de resultados (el fin justifica los medios).
El líder que demandan los cambios sociales y comerciales a los que nos enfrentamos se caracteriza por notas muy diferentes a las del pasado. Algunas cualidades del nuevo líder resultan sorprendentes, si las comparamos con las de muchos directivos que se formaron en el siglo XX. Las denomino las cinco P:
1. Prescindible
El nuevo líder aporta valor a su organización (o a la sociedad) en la medida en que transmite a ésta su impulso y sus ideas. Es consciente de que el proyecto es más importante que el éxito personal de quien lo lidera en un momento dado. La mejor expresión de su calidad directiva es que, tras su marcha, las mejoras que ha alcanzado son sostenibles y no dependen de un único individuo genial.
2. Provisional
En un entorno VUCA (Volatility, Uncertainty, Complexity, Ambiguity), el nuevo líder es consciente de que las organizaciones necesitan una renovación constante de ideas. Identifica el momento óptimo para acceder al poder, y el tiempo oportuno para dejarlo. Le importa más el proyecto que la posición. Sabe hasta qué punto aporta valor y desde que día sólo contribuye con la «estabilidad» de la permanencia.
3. Participativo
Los ciudadanos son más conscientes que nunca del protagonismo al que aspiran en sus relaciones sociales, comerciales y laborales. No se consideran meros testigos o ejecutores de decisiones ajenas. El rol del nuevo líder es más complejo que en el pasado, pues sin renunciar ni un ápice a la responsabilidad que le compete por su cargo, deja un espacio efectivo a otras voces en sus procesos de toma de decisiones.
4. Propenso al pacto
Una sociedad interconectada no resuelve de ordinario sus conflictos mediante la imposición del competidor más fuerte. Con muchas más frecuencia, es necesario convivir con otras formas de poder en un mismo escenario de juego. La secuencia del nuevo líder ya no es: «prevalezco sobre otros y luego mando». Ahora muchas veces debe mandar al tiempo que otros competidores mantienen su cuota de poder.
5. Pensamiento holístico
Hasta fechas recientes, el poder ha estado asociado en muchas actividades a un alto nivel de especialización que permitía destacar en un determinado ámbito. La complejidad del entorno exige una visión más sistémica y una mejor comprensión de las relaciones que existen entre realidades diversas: tecnología, tendencias sociales, impacto ambiental, etc.
Definitivamente, hay que ser muy grande para ejercer como un líder frágil.