La formación no es lo que era
Desde tiempos muy antiguos, la formación era un proceso dilatado en el tiempo que culminaba tras muchos esfuerzos en la adquisición del conocimiento. Hoy la tecnología nos ofrece múltiples atajos para llegar al conocimiento deseado, sin dar tantas vueltas. El tiempo apremia y reclamamos el resultado final de forma más rápida. Frente al placer de recorrer un camino, ahora se impone la satisfacción de alcanzar rápidamente la meta.
Entre las herramientas que reducen drásticamente el tiempo necesario en los procesos formativos, destacan las soluciones basadas en inteligencia artificial generativa (IA) y los modelos de lenguaje ampliado (LLM, Large Lenguage Models). En un reciente artículo publicado por Harvard Business Publishing – Education, los autores describen diferentes escenarios:
- Formadores que prefieren ser cautos y se ponen en guardia frente a los riesgos que entraña la IA como herramienta de capacitación.
- Departamentos de formación que han dado pasos tempranos y entusiastas para integrar la IA como una ayuda inestimable en todos sus cursos.
Con frecuencia, los segundos han cometido errores como resulta casi inevitable cuando exploramos terrenos en los que se dispone de una experiencia escasa. Los primeros, por su parte, se desenvuelven en un entorno más “seguro”, pero que corre el riesgo de convertirse en irrelevante.
El artículo de Harvard Business Publishing propone varios procedimientos para integrar la IA en procesos formativos, con un nivel de riesgo bajo.
Desarrollar el sentido crítico ante las aportaciones de la IA
El primer procedimiento consiste en utilizar la IA en el proceso de adquisición de conocimiento. Cabe plantear a los empleados que propongan soluciones ante una determinada situación de trabajo y facilitar herramientas de inteligencia artificial que faciliten propuestas y líneas de acción. El objetivo del ejercicio no consiste en presentar lo que la herramienta de IA propone, sino formular críticas, identificar debilidades en esos textos y plantear mejoras sobre el plan propuesto por el sistema.
Comparar entre las contribuciones de diferentes herramientas de IA generativa
El segundo procedimiento que propone este artículo tiene como objetivo que los empleados mantengan un cierto grado de control en sus procesos de aprendizaje, sin confiar todo a las soluciones que aporte la IA. Se trata de que sean ellos quienes utilicen las herramientas, no que las herramientas se conviertan en fuente de verdad absoluta. Para ello, conviene utilizar varias herramientas, identificar en cada situación cuál nos aporta mejores soluciones, y comparar entre los resultados de unas y otras. Ante una formación para nuestro departamento de Marketing, el mencionado artículo propone, por ejemplo, recurrir a herramientas de investigación de mercado (como CleverX o AlphaSense), herramientas de creación de contenido (como ChatGPT de OpenAI o Claude de Anthropic) y herramientas de diseño visual (como Midjourney o Adobe Firefly).
Utilizar la IA como compañera de estudio
El tercer procedimiento consiste en aconsejar a los empleados inmersos en un curso de formación que recurran a herramientas de IA generativa, como ChatGPT, para que les ayude a reforzar la parte del aprendizaje en la que estén encontrando más dificultades. Es como tener un asistente o un profesor particular. Si el empleado aprende a formular las preguntas adecuadas, la IA puede facilitar información adicional, proponer ejemplos distintos a los que se hayan compartido en el curso e incluso elaborar cuestionarios para que el empleado verifique que el conocimiento ha quedado bien asentado. Lo bueno de la IA es que no solo redacta un ejercicio ajustado a las características del curso, sino que además aporta una retroalimentación personalizada antes las respuestas del empleado.
Empezar poco a poco, pero empezar
La recomendación del artículo es que incorporemos la IA a los procesos formativos de nuestras organizaciones, utilizando la experiencia ya disponible y adaptándola a las características de nuestra actividad y de nuestros empleados. El riesgo es bajo y los costes iniciales son asumibles. El auténtico riesgo es que, por esperar a que los procedimientos formativos estén más maduros y probados, tardemos mucho en incorporar metodologías de aprendizaje que ya empiezan a utilizan nuestros competidores, lo que podría situarnos en una posición de desventaja.