La tecnología juega a nuestro favor
La creciente automatización de procesos nos enfrenta a un escenario en el que tareas realizadas hasta ahora por seres humanos son asumidas por sistemas artificiales.
No me refiero solo a tareas mecánicas sino también a actividades intensivas en capacidades cognitivas. Las previsiones distópicas presentan esta tendencia como una amenaza para el trabajo tal y como hoy lo conocemos. Ponen el énfasis sobre los empleos que se destruirán y sobre la difícil reinserción en el mercado laboral de quienes han realizado en el pasado trabajos ahora automatizados.
Quienes preferimos un análisis más optimista ponemos el foco sobre los aspectos positivos de la automatización:
- Creación de nuevos empleos. En término netos, pueden igualar o incluso superar a los que se destruyan. Y, además, al requerir una mayor cualificación, mejorarán el nivel medio de preparación de los profesionales.
- Incluso en el caso de que algunas profesiones resulten penalizadas en este proceso, la mayor creación de valor asociada al uso intensivo de la tecnología permitirá que muchas de esas personas estén ocupadas con nuevas formas de contratación más flexibles. Menos trabajo (en esas actividades) no significa necesariamente menos empleo. Las jornadas de trabajo inferiores a las 40 horas empiezan a ser ya una realidad.
- Desarrollo de formas de trabajo más humanas. En la medida en que las tareas automatizables serán ejecutadas por sistemas artificiales, las personas nos dedicaremos preferentemente a actividades donde nuestra contribución como seres humanos es muy difícilmente realizable por cualquier máquina. Una estrategia de diferenciación en términos laborales nos lleva a responder a más tecnología con más humanidad.
Las fronteras entre lo humano y lo artificial
En grandes Escuelas y compañías tecnológicas de Estados Unidos, sin embargo, el debate no se centra ahora en el reparto de la carga de trabajo entre máquinas y humanos, sino en las fronteras entre ambos espacios. Gracias al desarrollo de la inteligencia artificial, los sistemas automatizados hace tiempo que dejaron de realizar solo tareas mecánicas. Ahora son capaces de ejecutar actividades que requieren un conocimiento del entorno que algunos consideran próximo a lo que definimos como racionalidad. Hablar de robots androides es mucho más que referirse a máquinas con apariencia humana. No es cuestión de que sean ensamblados con algo parecido a una cabeza, un tronco y unas extremidades. Lo relevante es que sean capaces de actuar en los límites de lo humano.
Tomar conciencia de estos avances tecnológicos suscita en algunos entornos una reacción mixta de admiración y temor. Por una parte, nos fascina la creciente capacidad de sistemas artificiales, aptos para afrontar tareas complejas con una alta eficiencia. Por otra, vemos reducidos los espacios en los que tradicionalmente se han desenvuelto nuestras profesiones.
Una reacción equivocada, a mi juicio, consiste en intentar competir con las máquinas en su terreno. En esta estrategia competitiva por imitación, los seres humanos tenemos las de perder. Como decía Jack Ma en el Foro Económico Mundial de 2017, la estrategia más acertada es la diferenciación: no intentemos formarnos y trabajar como lo haría la máquina más sofisticada, sino de una manera completamente distinta. “No debemos enseñar a los niños a competir con máquinas: en su ámbito, son más inteligentes. Debemos enseñar algo único, en lo que las máquinas no puedan alcanzarnos”. Entre estos aprendizajes, Jack Ma mencionaba específicamente los siguientes: “valores, pensamiento independiente, trabajo en equipo y cuidado de los demás”.
Conclusión
Por mi experiencia, las estrategias de imitación dan lugar a un tipo de comportamiento profesional muy objetivo, basado en un análisis riguroso de los datos disponibles, enfocado a los indicadores de desempeño previamente definidos. Obviamente, estas características son muy valiosas. El riesgo es que, a fuerza de pensar como máquinas, nos acabemos asimilando a ellas.
Hay otras dimensiones de las relaciones profesionales en las que esta forma de trabajar resulta claramente insuficiente. La empatía, la capacidad de generar vínculos intensos y prolongados en el tiempo, no forman parte del bagaje de las máquinas.
El problema no es que los robots sustituyan a los humanos, sino que los humanos nos roboticemos. Entre un robot androide y un humano robotizado, me quedo con el original, no con la copia. A las personas se nos puede y se nos debe exigir algo diferente y más valioso.