La personalidad del directivo: Tres libros

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Los directivos van dejando huella en sus organizaciones, públicas o privadas. ¿Cuáles son las razones que explican la llegada al poder de temperamentos poco equilibrados? ¿Cuáles son las coordenadas sociales y políticas que determinan el tipo de poder que encarnan? ¿Qué define que un dirigente pueda o no medrar? ¿Qué relevancia tiene la personalidad en el proceso de ascenso? ¿Cuáles las cualidades de ejercicio de la autoridad? Estas son algunas preguntas que se formuló Ian Kershaw para poner en marcha sus reflexiones para una obra de reciente aparición: “Personalidad y poder. Forjadores y destructores de la Europa Moderna” (Crítica). Se cuestiona también el autor británico: ¿existen fuerzas que, fuera de su control, restringen sus movimientos y decisiones?

El comportamiento de personajes como Donald Trump, Vladímir Putin, Xi Jinping o Tayyip Erdoğan forman parte del motor que ha provocado esta investigación, tan profunda como relevante. Los casos que representan los gobernantes analizados en este libro, tanto dictadores como demócratas, han brotado en coordenadas de crisis. De los que analiza, asegura que el único que no encaja con precisión es Helmut Kohl. Hasta la caída del ignominioso muro de Berlín, Kohl había sido un personaje anodino.

El siglo XX ha sido testigo de la promoción de gobernantes que dominaron, en algunos casos, instrumentos de control, persuasión y crimen. Desplegaron la capacidad de hacer lo que anhelaban sin líneas rojas fruto de escrutinios éticos, sin importarles las vidas ni las propiedades de los demás. ¿Cómo, algunos de los mencionados -Lenin, Stalin, Hitler, Pol-Pot, Mao…-, llegaron a deshumanizarse de tal modo? Nada extraño, responde Kershaw, y en el siglo XXI otros están siguiendo sus pasos a pies puntilla.

Otro libro ofrece una visión netamente complementaria. También lo ha escrito un isleño: David Owen. El título: “En el poder y en la enfermedad” (Siruela). En él se aborda la interrelación entre el gobierno y la medicina. Las patologías, fundamentalmente psiquiátricas, en específicos dirigentes suscita profundas cuestiones: su influencia sobre la toma de decisiones, los peligros de mantener en secreto las dolencias, la dificultad para destituir a los afectados. Como galeno, el autor experimentó en carne propia las tensiones de la vida directiva; como político, empatizó con dirigentes que o padecen dolencias mentales o desarrollan la hybrys o ceguera producto de la prepotencia. En su obra estudia enfermedades padecidas por jefes de Estado y de Gobierno como, entre otros muchos, J.F. Kennedy o el Sha de Persia.

Buena parte de las explicaciones que buscan estos escritores fueron delimitadas por el coach de Alejando Magno. Aristóteles, en “Ética a Nicómaco” (LID editorial) especificó que las personas son causa de su modo de ser por la dejadez o por un comportamiento injusto o licencioso. Unos han obrado mal, otros han transcurrido el tiempo en francachelas… las conductas conforman a las personas.

Resulta enervante ignorar -parafraseo al Estagirita- que realizar unos u otros actos es lo que genera hábitos. Sería contradictorio que el injusto asegurase que no quiere ser injusto o quien vive libertinamente, licencioso. Si una persona realiza conscientemente acciones que le convierten en injusto, se tornará voluntariamente inicuo. No por mero desearlo dejará de ser indigno y se convertirá en equitativo; como tampoco el enfermo, por anhelarlo, se cura.

Tanto el injusto como el rijoso podrían, en su origen, no llegar a ser tales. Se convierten libremente en lo que quieren. Cuando ya han adquirido esa costumbre ya no está en su mano cambiar. Aristóteles dejó patente la conveniencia de definir bien –desde su origen- dónde quiere uno llegar y no tanto excluir que, aunque resulten más costosos, pueden posteriormente producirse cambios.

No son únicamente voluntarios los vicios del alma. Nadie condena a quienes son feos de nacimiento, pero sí a quienes lo son por carencia de cuidado. Igual sucede con la fragilidad y con los defectos físicos: nadie reprende a un ciego de nacimiento o por enfermedad. Más bien se le compadece. Sin embargo, todo el mundo censura a quien llega a la ceguera por embriaguez u otro exceso. Se critican los extravíos del cuerpo que fueron consentidos, no los inevitables. Los que censuramos son los que de nosotros dependen.

¡Qué importancia tiene que en las Escuelas de preparación de directivos se atienda a la ética y a la antropología! Entre los motivos que deben enumerarse para entender dónde estamos se encuentra el no haber atendido a esta relevante cuestión.

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