Coinciden en estas semanas dos sucesos de muy diferente alcance y aparentemente inconexos: las celebraciones por el 25 aniversario de la caída del muro de Berlín y la polémica por el doble check azul de Whatsapp.
Ambas noticias ponen de relieve la creciente sensibilidad ante posibles amenazas a nuestra intimidad, tanto en relaciones personales como profesionales.
En el plano privado, reconocemos casi unánimemente que la intimidad debe estar muy protegida. Sin embargo, en el ámbito profesional hay cierta controversia: ¿Hasta dónde llega el derecho de una organización por conocer todos los aspectos relevantes de una persona, por lo que se refiere a su desempeño, disponibilidad, aptitudes y expectativas? ¿Hasta qué punto los recursos tecnológicos disponibles pueden llegar a cruzar esa delgada línea entre los datos que son relevantes para una organización y los que forman parte del espacio privado de un individuo?
La caída del Muro nos trae a la memoria el obsesivo interés de la República Democrática de Alemania por conocer la vida de sus ciudadanos. Estos abusos fueron magistralmente relatados en la película «La vida de los otros». Más allá del escenario en el que se sitúa la acción, las reflexiones que suscita esta obra son de un gran interés para quienes deciden el curso de las organizaciones, no sólo en el ámbito político o en un momento histórico determinado.
El guión describe la transformación de un oficial de la Stasi. El capitán Gerd Wiesler ha hecho de su vida un servicio a una causa que reclama una gran firmeza en los principios, junto a un notable rigor en la ejecución. Es el perfecto empleado, comprometido con la organización y con altos niveles de desempeño. No ha ascendido en la escala jerárquica como colegas que tienen mayor capacidad política, pero es apreciado por sus jefes y goza de toda su confianza.
En una de sus misiones se ocupa personalmente de vigilar a un reputado autor teatral: su relación personal con una actriz, sus encuentros con otros personajes de ambientes intelectuales y literarios, etc. Wiesler es un hombre aparentemente gris y metódico, pero tiene otras capacidades que permanecen ocultas para quienes sólo contemplan la faceta profesional de su vida. Es un hombre sensible, con una aguda capacidad crítica, aunque de momento sólo la ha empleado para analizar vidas ajenas y desmenuzar sus motivos e intenciones. La tarea que ahora le ocupa juega el papel de un espejo. Su desarrollada capacidad de observación se enfoca ahora sobre sí mismo.
Poco a poco se abre una grieta entre las creencias que han alimentado su trabajo y su vida durante años, y los hechos que observa. Así, se debilita la lealtad a las personas que dirigen la organización a la que ha dedicado largos años, y por primera vez empieza a pensar y actuar por cuenta propia. Es una transformación progresiva, marcada por hitos intelectuales y emocionales.
El resultado es un conjunto de situaciones dramáticas, que convergen en la figura del Gran Hermano (con tecnología de los 80): el capitán Wiesler que escudriña las vidas ajenas y que, finalmente, se involucra en ellas. Como un Snowden veinte años antes, el observador frío y distante entra en las historias de las que antes era un simple espectador.
Quienes ven la película fácilmente se introducen en un drama que, para muchos, no es ajeno a sus experiencias: el conflicto entre el compromiso que reclaman las organizaciones, y los motivos que éstas dan a quienes las forman para que aporten discrecionalmente sus mejores capacidades.