«Los mercados pueden mantener su irracionalidad más tiempo del que tú puedes mantener tu solvencia», Keynes
Quienes dirigimos organizaciones nos hemos tomado demasiado en serio lo que aprendimos en nuestras Escuelas acerca de la teoría económica del hombre racional. En su aplicación práctica, este principio asocia de una manera muy determinista los sistemas de recompensas con los niveles de desempeño. Ya que trabajamos por dinero, una retribución más atractiva y vinculada a los indicadores correctos producirá los comportamientos profesionales que esperamos.
Como ya señaló Roubini hace unos años en el Foro de Davos, las crisis ponen de manifiesto que esta teoría no funciona. Ni a nivel individual ni a nivel colectivo, la búsqueda racional del interés por sí misma explica los comportamientos económicos y profesionales.
La realidad es algo más compleja. De hecho, el mérito de quienes asumen responsabilidades en el ámbito público y en el privado consiste en captar matices que van más allá de las simplificaciones que sirven a la mayoría para tomar sus decisiones.
Robert J. Shiller, reciente premio Nobel de Economía, se refiere al impacto de los factores emocionales en la volatilidad de los mercados. En su libro «La exuberancia irracional» explica que la evolución de variables como el precio de la vivienda no tiene ninguna base en los fundamentos reales de la economía.
Se trata de fomentar en nosotros mismos y en nuestras organizaciones los estados anímicos dominantes en el momento actual.
Se ha repetido hasta la saciedad que las dos emociones que guían los comportamientos económicos son la codicia y el miedo. En los ciclos expansivos, se extiende la impresión de que el momento ofrece grandes posibilidades y es preciso explotarlas al máximo. Ese afán por acumular la mayor cantidad posible de riqueza actúa como factor de sobrecalentamiento de la actividad económica. Por el contrario, en ciclos recesivos se instala el temor. Las decisiones económicas pasan a estar condicionadas por un fuerte retraimiento que agudiza más aun los efectos de la contracción. Esta bipolaridad acompaña e impulsa la ciclotimia de nuestra historia. El ser humano, como animal económico, decide con la calculadora en una mano y con sus psicofármacos en la otra. Nos debatimos con frecuencia entre el dictado de la razón y el empuje de nuestros estados de ánimo. Y debemos reconocer que en este pulso la parte emocional muchas veces lleva las de ganar.
Una manera de abordar las crisis (tanto las de crecimiento como las contrarias) es lo que hemos denominado la gestión de las emociones contracíclicas.
Se trata de fomentar en nosotros mismos y en nuestras organizaciones los estados anímicos dominantes en el momento actual. Sin emplear esta terminología, Warren Buffet lo describió de forma muy práctica cuando declaró: «Hay que ser codicioso cuando los demás son miedosos y miedoso cuando los demás tienen los ojos inyectados de codicia».
Nosotros preferimos sustituir el término codicia por ambición, y el miedo por la prudencia. Así, gestionar emociones contracíclicas consiste en una promoción activa de sentimientos expansivos en épocas de recesión, y en la moderación prudente de nuestros impulsos en momentos de crecimiento.
José Aguilar (@josemindvalue) es Socio Director de MindValue, firma especializada en servicios profesionales para la Alta Dirección, y vicepresidente de la Asociación Internacional de Estudios sobre Management (ASIEMA). Es coach de Alta Dirección y miembro del Top Ten Management Spain. Es reconocido como uno de los principales especialistas españoles en asesoramiento y formación sobre gestión del cambio.