¿Empleados en las nubes o en la nube?

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El término nube tiene connotaciones etéreas e inconsistentes. De hecho, para expresar que alguien está despistado decimos que está en las nubes. Trabajar bien era sinónimo de estar físicamente en un lugar, en un momento dado y con la atención centrada en una sola tarea. La comunicación entendida como «nube» rompe este paradigma: se puede trabajar bien sin la comparecencia del empleado en un mismo lugar y a una misma hora, y en modo multi-tasking.

Quienes dirigimos en las organizaciones somos en nuestra mayoría baby-boomers o generación X (nacidos en los 60 y en los 70), mientras que quienes cubren posiciones más bajas son generación Y (nacidos entre 1980 y 1994) y dentro de poco milleniums (chicos y chicas cuyos primeros recuerdos conscientes se sitúan dentro de este siglo). Los jefes podemos pensar que dominamos la tecnología, porque disponemos de dispositivos de última generación y conocemos las principales aplicaciones para manejarlos. Y sin embargo corremos el riesgo de estar en una onda comunicativa muy distinta a la de nuestros empleados y clientes más jóvenes. Si hoy preguntamos a un muchacho de 20: ¿qué es el e-mail? Nos responderá que se trata de un sistema de comunicación muy formal que utilizaban nuestros padres.

Para algunos jefes, la tecnología es una simple herramienta superpuesta, un complemento inevitable de las formas de comunicación presencial. Muchos de nuestros colaboradores y clientes consideran ya que la tecnología establece cauces primarios de comunicación. Las verdades ya no se dicen sólo ni fundamentalmente cara a cara. La intimidad se vuelca en la red.

Este cambio plantea un extraordinario reto para digitales no nativos (es decir, para la mayoría de quienes hoy dirigimos): una progresiva pérdida de control sobre la imagen que queremos proyectar, tanto interna como externa. La información ya no es poder, simplemente está disponible. Es difícil para algunos directivos asumir que el flujo emisor (él) – receptor (el resto) ya no es el único cauce de comunicación. Dejamos de ser los arquitectos de la cultura organizacional (comunicación interna) y de la imagen de marca (comunicación externa). La proyección pública de lo que somos es el resultado de numerosas interacciones que no están bajo nuestro control.

Algunos acontecimientos de actualidad muestran el desconcierto de algunas personas que han ejercido diferentes formas de poder, y la necesidad que tenemos de comprender a fondo un proceso que cambia nuestra forma de relacionarnos:

  1. Configuración de un nuevo mapa político en el que las formaciones que dominaban los cauces de comunicación convencionales ceden posiciones frente a nuevas propuestas que explotan al máximo los nuevos canales.
  2. La obsesiva opacidad de algunos dirigentes empresariales, ante informaciones que por otra parte circulan libremente.
  3. La falta de reflejos de instituciones bien conocidas ante filtraciones indeseadas y que alcanzan a sus máximos representantes.

Se puede dirigir extraordinariamente bien en un contexto en el que la información sobre nuestras organizaciones cae fuera de nuestro control, y en el que la imagen que proyectamos no es el resultado de un diseño de laboratorio, sino que se configura mediante la interacción de numerosos agentes. Por supuesto que se puede, pero utilizando prácticas de gestión diferentes a las que hemos utilizado en el pasado.

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