Muchas voces en los países desarrollados anuncian el final de un modelo de relación laboral basado en los siguientes principios:
1. Empleos relativamente estables.
2. Retribución de acuerdo con la cualificación y nivel de responsabilidad pero en todo caso creciente, para compensar la inflación y mantener (o incrementar) la capacidad adquisitiva.
3. Carreras profesionales ascendentes o, al menos, estables. El acceso a un empleo permite, en el peor de los casos, la consolidación de ese puesto, y con más frecuencia es el comienzo de un proceso de crecimiento que conduce con el tiempo a posiciones mejores.
4. Adecuación entre la formación recibida y el contenido de las actividades profesionales. Los aprendizajes posteriores suelen ser incrementos graduales a partir de la capacitación inicial.
La experiencia laboral de una parte considerable de la población de estos países, desde mediados del siglo XX, ha creado un sistema de creencias según el cual acceder a un puesto de trabajo es el inicio de un itinerario de progreso profesional y económico. A condición, por supuesto, de que el individuo aporte su esfuerzo en cada etapa de su carrera.
Hoy ese sistema de creencias ha entrado en crisis. Recientemente hemos escuchado declaraciones que certifican la defunción del modelo clásico de relaciones laborales. Juan Rosell, por ejemplo, afirma sin ambages que el trabajo fijo y seguro es un concepto del siglo XIX. Para el presidente de la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE), la vida profesional está dejando de ser un proceso inercial y pasa a ser una sucesión de tareas que hay que ganar día a día. El factor que, a su juicio, modifica de manera más profunda el antiguo marco de relaciones laborales es la imparable digitalización de todos los sectores de actividad, que supone cambios disruptivos en diferentes aspectos de nuestra vida y, por supuesto, en nuestra forma de trabajar.
La revolución digital se nos presenta como un proceso no sólo inevitable, sino también beneficioso en términos agregados. El problema es que el precio que pagamos puede parecer muy alto: la pérdida de seguridades en las que hemos basado nuestra vida en el pasado.
La consecuencia más tangible de estos cambios ha sido bien descrita por Larry Fink, CEO de BlacRock. A juicio del consejero delegado de la mayor gestora de activos del mundo, la evolución del mercado laboral en los últimos años se caracteriza una reducción simultánea de los niveles de seguridad y de los niveles retributivos. Se produce un trasvase de puestos de trabajo de manufactura al sector servicios, con salarios más bajos. A la vez, la percepción más extendida es que el empleo es menos seguro que en las últimas décadas.
Habrá quien considere este fenómeno como un simple problema de ajuste, como una etapa provisional ante el advenimiento de un nuevo modelo de trabajo más acorde con los avances tecnológicos a los que nos enfrentamos. Fink, sin embargo, no desprecia la amenaza que supone este «problema de ajuste». Según su diagnóstico, la situación ha producido una distribución menos equitativa de la riqueza, un empobrecimiento de las clases medias y un incremento de la ira, de consecuencias imprevisibles en términos sociales.
Es cierto que los factores que empujan a un cambio de modelo en las relaciones laborales son imparables, pero también es innegable que la transición debe ser manejada con inteligencia. Las nuevas generaciones aprenderán de forma nativa a desenvolverse en este escenario, pero también es preciso ofrecer soluciones a las personas a las que este cambio les sorprende en mitad de su carrera profesional y que encuentran dificultades para reinventar su diseño de vida y de trabajo de acuerdos con las nuevas coordenadas.