En un mundo que celebra la disrupción, la paradoja más absurda que persiste en el tejido empresarial es el edadismo: esa creencia implícita -entre otras- de que la innovación es patrimonio exclusivo de los jóvenes. Nada más lejos de la realidad. Los datos, la neurociencia y la experiencia desmienten este mito con fuerza. La edad no es un límite para la creatividad ni para el cambio, sino muchas veces, su mejor aliada.
Según Eurostat, la esperanza de vida en Europa se acerca a los 86 años, y más del 80 % de esos años son vividos con salud. Eso significa que nuestros cerebros y cuerpos están disponibles, funcionales y llenos de potencial durante mucho más tiempo que en generaciones anteriores. Entonces, ¿por qué seguimos operando con modelos mentales obsoletos que descartan el talento antes de tiempo?
La mayor discriminación por edad, como ya sabemos, se da a una edad asombrosamente temprana, entre los 45 y 50. No es solo una cuestión de percepción: según el Observatorio de Empleo Sénior, casi la mitad de los desempleados de larga duración en España son mayores de 45 años. El problema no es la edad, sino el sesgo. Un sesgo que nos hace perder millones en productividad, diversidad de pensamiento e inteligencia contextual.
Los «silver surfers» —profesionales mayores de 40, 50, 60 años o más que continúan formándose, reinventándose y generando valor— son hoy uno de los activos más infravalorados y a la vez más necesarios. Lejos de representar obsolescencia, aportan pensamiento crítico, capacidad de enfoque, resiliencia y una mirada estratégica esencial en tiempos de incertidumbre. Numerosos estudios en neurociencia, como los de la Dra. Gene Cohen (George Washington University), demuestran que la creatividad no solo no decae con los años, sino que puede florecer gracias a la madurez emocional y a la capacidad de integrar conocimientos diversos.
La creatividad no tiene fecha de caducidad. Lo veo cada semana al acompañar a profesionales en espacios de formación continua como Silver.academy, donde se cruzan trayectorias y disciplinas. En la empresa, la riqueza de ideas que emerge cuando se mezclan generaciones es incalculable. No hay algoritmo que pueda replicar esa diversidad cognitiva.
El Harvard Business Review lo confirma: los equipos intergeneracionales superan a los homogéneos en resolución de problemas complejos. La diversidad de edad es, por tanto, una ventaja competitiva. Y como apunta un metaanálisis de la American Psychological Association (APA, 2020), los entornos laborales con diversidad etaria muestran mayor compromiso, menor rotación y mejores niveles de bienestar general.
Las empresas que liderarán el futuro serán aquellas que apuesten por una cultura «pro-aging», que entiendan la longevidad como un activo y que fomenten estrategias de aprendizaje continuo, mentoring inverso, proyectos colaborativos y estructuras de trabajo más flexibles.
La maravilla de aprender entre distintas edades no solo estimula el pensamiento lateral, sino que activa el reconocimiento mutuo, el respeto y la innovación compartida. El conocimiento no se hereda: se intercambia.
La innovación no tiene edad, pero el edadismo sí tiene fecha de caducidad. La que entre todos le pongamos. Feliz futuro.