Gregorio I nació en 540 en la noble familia senatorial romana de los Anicios. Su padre fue el senador Giordano; su madre, que mucha influencia tuvo en su formación, se llamaba Silvia. La saga ya había proporcionado dos romanos pontífices: Félix II (483-492) y Agapito I (535-536).
Quien llegaría a ser Gregorio I se matriculó en derecho, carrera en la que se graduó con distinción. Con apenas treinta años fue nombrado prefecto de Roma. Durante las invasiones lombardas, fungía como pretor. Conoció de primera mano la falta de ética que campaba por la vida pública y decidió indagar un ámbito en el que vivir unos mínimos de compliance fuese más sencillo.
Su manual Liber regula pastoralis detalla cómo se ha de gobernar. Las cuatro partes del libro se dedican a: requisitos de un candidato; estilo de vida; discreción y preparación; y disposición para servir. Recuerda que el verdadero directivo es recto en sus pensamientos y en su obrar, prudente en el silencio, eficaz con la palabra; se acerca a todos con entrañas de compasión; con sentido de la oportunidad se asocia a quienes trabajan bien, y rechaza los comportamientos errados. Insiste en que no se consideren dueños, sino padres y que comprendan las debilidades de los demás. Para lograrlo, recomienda la superación de las personales imperfecciones, sin pusilanimidad ni jactancia, porque el dirigente está convocado a un trabajo que él denomina el arte de las artes. Insistía Gregorio en que el directivo debe callar cuando sea preciso, pero también intervenir con valentía cuando fuese imperioso.
Uno de los aspectos más relevantes de toda esta magna obra es la descripción de setenta clases de enfermedades directivas para las que propone terapias. Señala, apenas comenzada su descripción, que cuando quienes gobiernan no cuentan con suficiente preparación, los súbditos difícilmente se comprometen. Insiste, en el arranque del capítulo sucesivo, en que sólo han de asumir gobierno personas quienes muestren en su conducta comportamientos sólidos alineados con estrategias previamente reflexionadas.
Al denunciar a quienes no se comportan con integridad, Gregorio pretende poner en evidencia la fragilidad de quienes son crédulos ante los halagos. A fin de que quienes sean conscientes de sus imperfecciones no osen ambicionar responsabilidades del gobierno, recomienda que quienes aun en un trabajo ordinario flaquean no se expongan al riesgo de actuar desde la cima.
Reitera su preocupación por qué hacer con quienes viven obsesionados por el poder. Deberían aprender cuánto es el peso con que cargan quienes, apresuradamente y movidos por ambición, ansían puestos de gobierno, evidenciando que hasta los más preparados aceptan con temor el gobierno. Resulta penoso observar a personas escasamente formadas arder en deseos de cargos: ¡no saben gestionarse a sí mismos y desean incrementar su responsabilidad! Si se les entrega, se hará con daño para la organización y su gente.
En el capítulo X enumera cualidades esenciales para quien anhela ser promovido. Entre otras: ser ejemplar, generoso, no encogerse ante las contradicciones, empatizar, alegrarse con la prosperidad de los demás y evitar cualquier comportamiento del que avergonzarse.