Calidad frente a cantidad
La comunicación es una de las claves para conseguir equipos integrados y comprometidos. Una amplia evidencia muestra que la conexión entre las personas produce resultados muy superiores a los de esas mismas personas de forma aislada. Podría parecer que el acceso fiable y plenamente disponible a repositorios masivos de información mejoraría el conocimiento que tienen las personas. Si a esto le sumamos el uso generalizado de dispositivos que nos permiten estar conectados con otras personas de forma constante, en apariencia hoy estaríamos ante los equipos mejor comunicados de toda la historia de la humanidad. Y, sin embargo, no es así. De hecho, no hay una correlación clara entre la cantidad de la información que intercambiamos y el grado de conexión que se genera.
Recientemente, una popular aplicación de mensajería incorporaba la función que permite limitar a siete días la permanencia de los mensajes e imágenes que se envían. Pasado ese tiempo, desaparecen del dispositivo de los destinatarios. En realidad, esto no es un invento reciente. La funcionalidad ya estaba desde hace tiempo en sus competidores, incluso de forma nativa. Esto, más que una anécdota, pone de manifiesto cómo la información (y, en alguna medida, también la formación) se está convirtiendo en algo efímero, un producto que se consume, con una fecha de caducidad relativamente corta. La información tiene ciclos de vida cada vez más limitados. Esta obsolescencia programada no tiene que ver solo con la saturación de nuestros dispositivos móviles, o con la cuota de almacenamiento de nuestras nubes, sino con el hecho de que lo ocurrido hace poco resulta irrelevante, ante la avalancha de nuevas informaciones que reclaman toda nuestra atención. Es como un proceso metabólico en el que ingerimos, procesamos y desechamos con rapidez nuestros nutrientes.
¿Todo lo sólido es rígido y todo lo líquido es adaptativo?
Esto ya lo vio con mucha lucidez Z. Bauman hace años. En La Modernidad Líquida dedica un capítulo al espacio y al tiempo. Describe cómo la tecnología nos desubica. Esto tiene que ver no solo con el hecho de la deslocalización, del traslado de los centros de producción a países donde los costes laborales son más bajos. Tiene que ver, sobre todo, con la irrelevancia del lugar físico. La pandemia ha acelerado extraordinariamente este proceso. Da un poco igual dónde nos ubiquemos, cuáles son las coordenadas que definen nuestro lugar en el espacio. En este sentido, me gusta la frase de Enrique Sueiro cuando afirma que necesitamos más brújulas y menos cronómetros. Hace falta orientarse, saber dónde estamos y dónde queremos ir, no solo la velocidad a la que se suceden los acontecimientos.
Pero Baumann también destaca que no es solo el espacio el que se hace líquido. También el tiempo se derrite de alguna forma. Los hombres y las mujeres de hoy, afirma, difieren de sus padres y sus madres “porque viven en un presente en el que quieren olvidar el pasado y ya no parecen creer en el futuro”. Es la apoteosis del instante. El pasado se desvanece en cuanto doblamos la esquina, y el futuro parece tan incierto que no vale la pena perder el tiempo planificándolo.
Desde el punto de vista de la configuración y consolidación de equipos, una información tan volátil no contribuye a crear vínculos estables. Siglos después, la famosa recomendación de Horacio: Carpe Diem, vuelve a recuperar su esplendor. Las carreras profesionales de las personas mejor cualificadas no se conciben en términos de vinculación estable a un mismo proyecto. Prima el análisis del valor que en este momento me aporta ese vínculo.
Comunicación que nos conecta con nuestra historia y nos proyecta al futuro
Para la creación de equipos y de comunidades más cohesionados no necesitamos más volúmenes de información, sino una comunicación de mayor calidad. El sentido de pertenencia no se forma solo por el consumo simultáneo de unos mismos productos de comunicación. Hace falta compartir una historia y proyectar en común un futuro. De hecho, resulta inquietante el recurso manido a lugares comunes, como el de que vivimos en un entorno VUCA. Tal vez, una excesiva insistencia en lo volátil e incierto que es nuestro porvenir pueda convertirse en una excusa para la improvisación. Lo malo de no diseñar nuestro futuro en común es que otros lo harán por nosotros. Si no estamos conectados con lo que fuimos, es difícil que nos conectemos con lo que seremos.