«El riesgo para un experto reconocido de no subir al tren de la red es terminar siendo irrelevante» Eric Schmit, CEO de Google entre el 2001 y el 2011.
Los que somos inmigrantes digitales y ya éramos adultos cuando irrumpió internet en nuestras vidas, crecimos convencidos de que poseer información otorgaba poder. Los medios de difusión de la información residían en pocas manos que podían crear corrientes de opinión y ocultar información. Ahora sucede todo lo contrario, porque las herramientas a las que tenemos acceso a través de internet, están concebidas para que cualquiera pueda distribuir información y que ésta llegue a cualquier usuario en las mismas condiciones que llega la información corporativa o institucional.
Cuando comprábamos algo en el mundo real no se nos pedía ninguna información sobre nuestros datos personales, bancarios, etc.; cuando comprábamos una revista en papel sólo se nos exigía su pago en efectivo. Sin embargo, en el mundo online, si realizamos una compra, incluso de algo tan cotidiano como una entrada de cine, tenemos que dar y compartir un montón de detalles personales y el precio no es sólo monetario sino que cedemos nuestra identidad que luego se podrá utilizar para analizar tendencias de compra, envío de publicidad y no se sabe qué otras prácticas, además de ir configurando nuestra identidad digital al margen de nuestra voluntad. «No debemos olvidar que en ese mundo ‘conectado y compartido’, cada gesto, cada clic, es grabado, archivado y analizado con el fin de anticipar nuestros deseos y nuestras selecciones», nos recuerda Jonathan Crary.
Como dice Mark Federman, director del programa McLuhan de Cultura y Tecnología de la Universidad de Toronto, «la clave del impacto cultural de internet no está tanto en la digitalización de la Información como en la digitalización de nosotros mismos».
Corren por la red nuestros datos, nuestras opiniones, nuestras preferencias… y las opiniones, juicios de valor, opiniones de todo nuestro entorno, y es hora de que empecemos a tomar las riendas de esta situación y comencemos a gestionar nuestra identidad digital para construir una robusta reputación profesional y personal.
Se está produciendo la paradoja que para mantener la privacidad y la intimidad en internet hay que producir y compartir contenido, que para controlar lo que se dice de mí en internet, tengo que hablar de mí en internet.
Porque no se trata sólo de tener el control sobre nuestra identidad. Se trata de simplemente «existir», de mantenernos permanentemente empleables, o sea deseables para cualquier empresa o proyecto como profesionales senior, únicos e irremplazables, y eso requiere construir una reputación en la red a partir de aportaciones de valor en las redes sociales y exige además entrar en conversación en los foros en los que se encuentran los que pueden requerir de nuestros servicios.
La revolución de la información ha dado lugar a un nuevo tipo de público, que ya no es pasivo y consumista sino que es activo y produce también información, el «prosumidor». La creación de la identidad digital y la marca personal en red es en realidad un acto creativo y una forma de autoexpresión, de construcción de la narrativa personal.
Los inmigrantes digitales debemos adquirir una nueva competencia, ser competentes digitales, desarrollar habilidades que nos permitan controlar nuestra presencia en las redes y permitirnos construir, desarrollar y gestionar en nuestro favor, la parte digital de nuestra identidad.
Ya no basta con ser el mayor experto en una determinada área del saber, ahora debemos dominar cómo difundir nuestra «expertise», crear nuestra red de contactos relevante e influyente, posicionarnos en los motores de búsqueda y en los principales foros profesionales como por ejemplo Linkedin, aprender a darnos a conocer y «viralizar» la información sobre nuestros conocimientos y habilidades a través de herramientas como Twitter, aprender a compartir nuestro conocimiento porque es la fórmula actual para adquirir «estatus».