Gustave Thibon asumió de Séneca una acerada y acertada imputación contra los frívolos, “que sólo salen para engrosar la muchedumbre” trasladando de un lugar a otro su “atareado no hacer nada”. Al igual que el autor hispano romano, el filósofo francés anda buscando calas estables donde asentar el espíritu e indagar cimientos consistentes. Al gobernar no hay que cambiar por cambiar, sino, como proponía Aristóteles, establecer adónde quiere llegarse para encarrilarse. Nunca queda cancelada la ambigüedad. Ésta siempre ha constituido parte esencial de nuestro modo de ser en el mundo. Sería errado no tomar conciencia de esa limitación y avanzar a tontas y a locas sin destino predefinido. Si a alguien le hacía falta verificación, las dramáticas circunstancias contemporáneas de pandemia planetaria lo dejan patentemente claro. Expresado de otra forma, si quieres hacer sonreír a Dios, asegura a los demás que tus planes son inamovibles.
Otro de los grandes temas es la gestión del tiempo. Buena enseñanza la de Cervantes al describir el banquete en el que el glotón Sancho no logra saciar su hambre. El ritmo acelerado de los camareros obstaculiza que pueda no ya saborear, sino siquiera agarrar las viandas que transitan a velocidad de vértigo ante sus ojos.
Algo semejante, propone Thibon, sucede hoy. Son tantas las posibilidades que no se paladean con fruición las propias actividades. Sabiduría y saborear penden de idéntico origen etimológico. En todo lo importante, y especialmente en las relaciones con los demás, es ineludible la calma. La actual civilización de exceso tanto de trabajo como de posibilidades de entretenimiento se ha transformado en la del aburrimiento. La causa última de esta patología es la incapacidad por la admiración, por el aprendizaje que la naturaleza y los demás nos brindan generosamente cuando estamos dispuestos a observar y escuchar sin inopinadas celeridades. Quizá la pandemia en la que estamos inmersos cuando escribo estas líneas pueda tener como positivo efecto colateral remediar ese grave error.
En años recientes se han multiplicado las promesas de mundos mejores, incluyendo la desaparición de las enfermedades y la oferta de que en un corto plazo prescribirá incluso la propia muerte. El mito de la inmortalidad corporal proclamada periódicamente por algún iluminado parecía incluso próximo hasta hace algunas semanas. Thibon apunta con finura que la esperanza que se ejerce en cuestiones no referidas al a divinidad acaba convirtiéndose en credulidad, en insustanciales ilusiones, en quimeras.
Una última propuesta del pensador francés: si queremos culminar las cimas a las que cualquier persona valiosa anhela llegar, hemos de negarnos a asumir las costumbres de los adocenados. ¡Hemos de apostar por ser más personas en su sentido más pleno y profundo, por tanto, generoso y empático!