«El éxito se logra no por la cantidad de cosas que haces, sino por la calidad de las decisiones que tomas».
James Clear
La efectividad, esa incomprendida
A fuerza de usarla mal, la palabra «efectividad» se ha desgastado, convirtiéndose en un concepto ambiguo que muchos mencionan, pero pocos comprenden en profundidad.
No hablamos de un lujo, un capricho o una moda, sino de una necesidad. Aunque algunos lo consideren un restyling del término «productividad», el alcance y los efectos de la efectividad real van mucho más allá.
Es cierto que las personas efectivas son más productivas, pero también que están mejor protegidas frente al estrés, la ansiedad, la desmotivación o el burnout, y, lo más importante, que saben preservar y aumentar su bienestar.
Hacer bien las cosas correctas
Decía Peter Drucker que «la efectividad es hacer bien las cosas correctas». También afirmaba que no es una habilidad innata. De hecho, la inefectividad es una consecuencia de nuestra historia evolutiva y está profundamente enraizada en nuestra naturaleza humana.
En otras palabras, la falta de efectividad responde a causas profundas que no se solucionan con interminables listas de tareas, hábitos pintorescos de personajes famosos ni apps milagrosas para «gestionar tu tiempo». De hecho, las apps de productividad, lejos de solucionar el problema, suelen agravarlo al añadir aún más distracciones. ¿Qué podemos hacer entonces para solucionarlo?
No puedes gestionar el tiempo
Empecemos por desmitificar algo que, por más que se repite, no deja de ser falso: el tiempo no se puede gestionar. Piénsalo un momento. Tanto si lo gestionas bien como si lo haces mal, tus días seguirán teniendo 24 horas, como los de todo el mundo. No hay truco, consejo ni app capaz de alterar esta realidad.
Por suerte, sí puedes gestionar la atención, tu recurso más valioso. De hecho, la forma en que la gestionas determina en qué enfocas tu energía en cada momento y, en última instancia, qué haces con tu vida.
No hay eficiencia sin monotarea
Vivimos en un entorno que promueve la dispersión. Responder correos mientras atiendes una reunión, revisar notificaciones mientras elaboras un informe o planificar mientras haces otra cosa… ¿Te suena? Esta constante fragmentación de tu atención no solo reduce la calidad de lo que haces, sino que también agota tu energía mental. Además, fomenta la ansiedad y el estrés, dejándote una sensación persistente de no haber hecho nada realmente importante.
Las neurociencias han demostrado que ser una persona efectiva significa estar presente en lo que haces, sea personal o profesional. «Hacer bien las cosas» implica hacerlas con atención plena y completarlas antes de pasar a lo siguiente. Esto último es clave, porque empezar una actividad y no terminarla, para luego retomarla una y otra vez con el mismo objetivo, es la máxima expresión de la ineficiencia.
La trampa de la cantidad o por qué hacer más nunca es suficiente
El discurso imperante sobre la productividad está obsoleto. Hacer más cosas o hacerlas más deprisa no te convierte en una persona más efectiva; solo más hiperactiva. En el fondo, es como correr en una cinta de gimnasio: podrás tener la sensación de avanzar muy rápido, pero nunca llegarás a ningún sitio.
La efectividad requiere algo mucho más desafiante: decidir qué hacer y, sobre todo, qué no hacer.
«Hacer las cosas correctas» implica aceptar un par de verdades incómodas. La primera es que siempre hay más por hacer que tiempo para hacerlo. La segunda, que no todo lo que haces aporta el mismo valor, ni en lo profesional ni en lo personal. Por tanto, la clave de la eficacia está en elegir bien qué haces y qué dejas sin hacer.
Decidir qué no hacer es un acto de valentía tan incómodo como imprescindible. Cada «no» que dices a algo que no aporta valor es un «sí» a algo que sí lo aporta. Por eso, cada «no» bien dicho es una inversión en tu bienestar y tu paz mental.
Una competencia para recuperar tu vida
La efectividad no es innata, pero se puede aprender. Sin embargo, hacerlo requiere desaprender muchas de las prácticas que nos han vendido como «buenas». La multitarea, las agendas sobrecargadas y las listas infinitas de tareas no son medallas de honor, sino residuos de un sistema que no funciona.
Nuestra mente no está diseñada para manejar tantas demandas simultáneas de manera efectiva. El enfoque fragmentado no solo perjudica tu desempeño, sino también tu bienestar.
Ser una persona efectiva no consiste en rendir más (aunque mejorar tu efectividad incrementará tu productividad), sino en recuperar tu vida. Al mejorar tu efectividad, liberarás tu atención del secuestro al que está sometida y podrás enfocarla en lo que de verdad te importa. Así, lograrás equilibrar los diversos aspectos de tu vida y, sobre todo, reconectarás con el bienestar perdido.
Tu bienestar no tiene precio
La falta de efectividad sale muy cara. El coste de estar constantemente apagando fuegos, bajo la tensión de las demandas externas o atrapado en la multitarea no es solo profesional; es, sobre todo, un coste personal, porque lo pagas con tu bienestar.
Por eso, la efectividad no es un lujo, sino un acto de responsabilidad contigo mismo. Porque tu éxito no se mide por cuántas cosas haces, sino por las cosas significativas que haces bien. Y eso no depende de tu tiempo, sino de tus decisiones y de tu enfoque. ¿Cuánto más vas a pagar por no hacer bien las cosas correctas?