Dirigir personas en los tiempos de la posverdad

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De acuerdo con Wikipedia, la posverdad es un neologismo que describe la situación en la cual, a la hora de crear y modelar opinión pública, los hechos objetivos tienen menos influencia que las apelaciones a las emociones y a las creencias personales. El uso intensivo de este término se debe a la coincidencia, en poco espacio de tiempo, de sucesos de gran impacto a nivel político. Paradójicamente, en una época en la que en principio disponemos de múltiples canales para acceder a la información, las decisiones de muchos votantes han dependido más de factores emocionales que de argumentos racionales basados en datos.

Los éxitos alcanzados por quienes han manejado estos recursos en su comunicación pública tienden a extenderse a otros ámbitos, como el de la comunicación interna en las organizaciones. Si como ciudadanos hemos mostrado una mayor credulidad, una disposición a aceptar propuestas solo porque satisfacen expectativas y anhelos personales, una sorprendente disposición a ser manipulados, ¿por qué no vamos a comportarnos igual en entornos profesionales?

La tentación es evidente para quienes desean ejercer un mayor control desde sus posiciones de poder. Los logros obtenidos por algunos políticos están siendo imitados por dirigentes de otros ámbitos. Dirigir personas supone ejercer influencia sobre ellas. Y si determinadas técnicas incrementan las posibilidades de producir un impacto efectivo sobre sus ideas y sus comportamientos, el recurso a estos procedimientos tenderá a extenderse.

Entre las malas prácticas de comunicación utilizadas en algunas empresas, inquietantemente parecidas a las que calificamos como populistas cuando las observamos en el plano político, cabe mencionar:

  1. Falta de transparencia. Ocultación deliberada de hechos que atañen al trabajo de los empleados y que legítimamente deberían estar a su alcance. Agendas ocultas en las negociaciones. Generación de expectativas sobre la carrera profesional o el desarrollo de las personas, sin capacidad y/o voluntad de cumplir esas promesas.
  2. Apelación a las emociones, y muy especialmente al miedo, como mecanismo para generar dependencia y un seguimiento inducido.
  3. Escaso respeto a la intimidad. Obtención de datos sobre las personas, irrelevantes desde el punto de vista de su desempeño profesional. Uso de esta información como herramienta coactiva frente a personas «no alineadas» o adversarios internos en las pugnas por el poder.
  4. Difusión interesada de rumores como forma de crear estados de opinión.

Frente a estas formas de comunicación, los empleados que más valor agregan suelen desarrollar estrategias que les blindan frente a la manipulación y que les permiten crear espacios de libertad en sus relaciones profesionales. Las buenas prácticas de comunicación fomentan una confianza basada en informaciones veraces y una creatividad que surge como consecuencia del contraste de puntos de vista. Son las vacunas contra el populismo organizacional:

  1. Expresión del propio criterio frente a las diferentes manifestaciones del pensamiento grupal. La comunicación más valiosa fomenta la diversidad y tolera la discrepancia.
  2. Respeto frente a fanatismo. Las personas que comunican de forma más constructiva saben que discrepar no es agredir. En muchas ocasiones, expresar abiertamente la propia opinión es la mejor muestra de lealtad. Un comunicador inteligente no pierde el tiempo con la adulació
  3. Fundamentar las opiniones en informaciones, sólo los datos fiables garantizan propuestas que crean valor. Frente al consumo de un fast food informativo, un buen comunicador es selectivo con sus fuentes. Quien es capaz de leer una hora al día, al cabo de un año sabe más sobre el tema elegido que el 99,999% de la población. Opinar con fundamento es más una cuestión de calidad que de cantidad. Conviene estar en guardia frente al síndrome de Diógenes digital.
  4. Sentido crítico frente a credulidad. La comunicación efectiva es sencilla pero no simplona. No se deben ventilar problemas complejos con soluciones excesivamente simples. Como decía Einstein, debemos simplificar las cosas todo lo que sea posible, pero no más que eso.
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